domingo, 16 de mayo de 2010

El teniente corrupto




El policía corrupto del que habla Herzog pertenece a una Nueva Orleans que viene de sufrir las terribles consecuencias huracán Katrina de 2005 (sí han de ser terribles, que aún hasta el día de hoy, las autoridades no han sido capaces de cerrar un número definitivo de víctimas, allí en un país dónde casi todo se rige por números e índices precisos) El escenario que se muestra es el costado más crítico de la ciudad y no se alcanza a precisar si ha sido una característica propia del lugar, si se ha agravado con los efectos del ciclón, o si ha contribuido con éste a una tragedia que es endémica. Existe un oscuro entramado de drogas, prostitución, inmigrantes ilegales, bandas de marginales, bandas de poderosos, y básicamente, impunidad para moverse al filo en todo momento y lugar. No se vislumbran límites, ni de espacio ni de tiempo, para la corrupción: los poderosos entran en las comisarias a reclamar al mismo nivel que los levantadores de apuestas, cuesta diferenciar rangos de superioridad que se efectivice en autoridad entre el personal policial, casi no aparecen escenas de familias, escuelas o cualquier otro elemento que sustente el concepto de sociedad; allí todo parece a punto de deshacerse.

Nicolas Cage encarna al teniente Terence McDonagh, una compleja articulación del típico agente de la ley que en general aparece en el cine norteamericano, que bien se ha centrado en mostrar cuadros policiales ceñidos a su deber de pies a cabeza y dispuestos a sacrificar hasta la última gota de su sangre por el bien común, o bien delicuentes de uniforme corrompidos hasta la médula y abusadores de todo cuanto pueden. McDonagh es un adicto a las drogas y a las pastillas, estas últimas más justificadas por un problema en la espalda que lo aqueja desde hace tiempo y le ocasiona fuertes dolores; regentea y sostiene a una prostituta de lujo a quien provee de sustancias, y a la vez recurre cuando anda escaso de ellas, pero no para pedírselas, sino para saquear a sus clientes en plena operación sexual, y haciendo uso de su chapa policial, secuestrar el material; chantajea a compañeros de su calaña que le deben algún favor para que le consigan drogas de requisas dentro de la institución; hace operativos no registrados a la salida de tugurios sorprendiendo a perejiles a quienes, amenazándolos con la ley y el arma, les confisca lo que tengan, aunque prueben que es para consumo personal. Además cuenta en su currícula con pesadas deudas por apuestas en el fútbol norteamericano y con un padre que lucha por escapar de la bebida, si bien intentó rehacer su vida con una mujer que no aparece en toda la película en otro estado que no sea tambaleante y con una botella de cerveza en la mano.





Este hermoso panorama, por otra parte, convive con el de un polícia que SABE que debe hacer cumplir la ley, y así parece sentirlo, más alla que cuente con poco en su haber para ofrecer de contrapeso. Cómo remata en algún momento del guión, que se drogue no significa que deje de ser policía. Es como parte de su escencia, y no le cabe el cuestionamiento de sus propios actos, sino más bien que considera que estos se conducen por carriles paralelos: una cosa es lo que él haga de su vida, y otra es la que hagan los ciudadanos con la suya. En este punto, el agente de Herzog es un personaje que lucha contra sí mismo, y el reproche que le hace a quien detiene por sorprender en un ilícito, funciona como una especie de reflexión para consigo mismo, un discurso que recita como un mantra pero que no parece dar en él el efecto deseado.

Sus compañeros de labor no se muestran demasiado mejores que él. Aún así, suceden interesantes debates acerca del deber y la moral que muestran al teniente comprometido con los ideales que marca el manual, y peleando por mantenerlos en pie, lo cual lo acerca de alguna forma al lugar de víctima de su propio sistema: él es así por lo que constituye su propio medio, y no podría ser de otra forma considerando la mugre con la que debe lidiar a diario. Y esto no aparece de forma elíptica o metafórica, es claramente explícito, y así lo expresa el mismo personaje. En una escena, no vacila en privar a una anciana inválida de su suministro de oxígeno ante la urgencia de ubicar a un testigo, y una vez logrado su objetivo, la acusa de ser una egoísta por no cooperar, y le recrimina que por culpa de personas como ella, los Estados Unidos se están yendo al infierno; como tampoco vacila en exigirle al fiscal del distrito que patrulle las calles para conocer la realidad de cerca en vez de legislar cómodamente desde su escritorio. En medio de este apocalípsis, la tabla de salvación para McDonagh provendrá desde donde menos lo imagine, y en un bello mensaje sin pacatería ni defectos especiales, le permitirá saltar como a la pantera rosa, justo a tiempo antes de estrellarse contra el suelo.

Nicolas Cage es un actor que no se encuentra entre mis preferidos, pero en esta obra realiza un papel excelente. Hay un trato gestual que transmite nítidamente el dolor corporal que acarrea, que lo obliga a caminar torcido y permanentemente con muecas en su rostro. Cuando se encuentra bajo los efectos de las drogas, compone situaciones memorables en las que cualquier otro actor pecaría de sobreactuarlas, y mantiene un hilo creíble a lo largo del relato. Cabría señalar cuánto de todo esto es resposabilidad del director alemán, que supo mostrar un policial de manera distinta al que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood. Su paso por el documental se registra en un par de escenas oníricas, en las que compone magistrales momentos dignos de video-clips musicales, con iguanas y música del Mississippi como telón de fondo.

Confieso que sólo me motivo el nombre de Werner Herzog para ver esta película, pero el resultado todo ha sido placentero, desde el primer al último nariguetazo del film.

Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1095217/