jueves, 17 de marzo de 2011

El cazador de trolls.



Antes que nada, y para quienes no conocen, un troll es una criatura mitológica propia del folklore escandinavo. Es un ser antropomorfo, gigantesco, temible y malvado, que vive bajo la tierra o en las montañas. Similares a los ogros de otras culturas, últimamente tuvieron cierta notoriedad a partir de las películas que recrean los libros de Tolkien.

La cinta en cuestión tiene un formato de documental. El espectador no tardará en notar algunas similitudes con El proyecto Blair Witch, sobre todo por el uso de la cámara en mano y además porque el escenario es también un bosque, sólo que esta vez se encuentra en el norte de Noruega.

La proyección arranca con un inquietante texto sobre fondo negro que explica que en el año 2008 una empresa productora filmográfica noruega recibió un paquete de manos anónimas que contenía dos discos duros con más de cuatro horas de filmación, y que la película que sigue es una versión preliminar de ese material, que no ha sido manipulado. Añade que durante más de un año, un grupo de investigadores estuvieron tratando de determinar si el material era falso o no, y que finalmente llegaron a la conclusión de que era veraz.

Tras este prólogo, y dependiendo de la capacidad de adhesión con este tipo de cine, uno puede prepararse para disfrutar de lo que parece ser una de miedito, cambiar por algo que insinúe más terrenal, si es que el positivismo lo doblega, o bien ir por el pochoclo. Lo que agrega nuevas opciones a la decisión a tomar, es que este trabajo viene de allí, de Noruega mismo, y eso no es poca cosa. El cine nórdico, en general, refleja nítidamente la consonancia del clima imperante con la gestualidad de sus habitantes. Más allá de los trabajos Roy Andersson y Aki Kaurismaki, en general, lo que llega de esta punta del mundo y está claramente fuera del género dramático, es, como mínimo, bastante ácido; puede haber humor, pero seguramente lo será de color oscuro, y cuesta bastante que aún en el extremo de las emociones, se deje ver a esta gente perder la línea. En cazador de Trolls, en cambio, aparece la veta vikinga.



Un grupo de jóvenes de la universidad de Volda investigan lo que parece ser una caza ilegal de osos en la zona de los fiordos, y van tras un intrigante sujeto que parece implicado en el asunto y se niega a prestarse a una entrevista. Los estudiantes, embebidos de fervor periodístico, siguen a este individuo en su rutina diaria con el objeto de descubrir algún indicio o pista que puedan hilvanar. Así será que acabarán descubriendo una actividad que, hasta el día del estreno de este filme, estaba oculta a los ojos de la sociedad noruega y el mundo todo: el control y cacería de trolls en el norte del territorio

A esa altura de la proyección, se esta frente a dos opciones: o se cambia por algo con fondo verde y un esférico que ruede entre unidades de carbono, o se hace cómplice del juego propuesto y se cree de pies a cabeza lo que está viendo. Yo, por supuesto, hice esto último, y me divertí de lo lindo.



En algún momento, el género se transforma de un periodístico a una comedia que tiene algunos roces con la saga Hombres de negro, pero lo interesante es que nunca pierde el formato documental, el cual es respetado a rajatabla, con los jóvenes hablando a cámara, y con el movimiento inquieto y desprolijo tan propio de cuando a uno lo corre un troll por un bosque de Noruega. Por supuesto, hay efectos especiales que matizan adecuadamente la historia. Acá los monstruos aparecen, no es cómo en El proyecto de Blair Witch, Cloverfield, o la catalana Rec, entre otras, en donde se saturó con la inquietud causada por la cámara imprecisa y el sonido ambiente en medio del desastre. En aquellas producciones, hay que decirlo, hubo un hallazgo inicial, producto de una búsqueda de comunicar terror de un modo diferente, pero la gran parte del suspenso provenía del interior de cada uno de nosotros. En Alien, de 1979, tras una hora de estar con los dientes apretados sin haber visto nada, la criatura finalmente aparecía, y era bien fiera. Con la introducción de la cámara en mano y la primera persona actuando, el género esta mutando en nuevas variantes. En cazador de trolls, aparece aplicado al documental apócrifo.

No arruiné ningún final, descuide. Este documental tiene toda la seriedad propia de una investigación de primera línea, con pruebas irrefutables, documentación adecuada, testimonios precisos. Sólo que son desopilantes, descabellados, y tan bien planteados, que bien pudiendo tratarse de una grosería, pasan por un tamiz de fino humor. Dos perlas: las planillas oficiales con logo del organismo encargado de la cacería de trolls y todo, que el cazador debe llenar cada vez que obtiene una presa, y la develación que las líneas de alta tensión que cruzan el norte del territorio, en realidad se instalaron a modo de cercas que mantienen a los trolls dentro de su territorio.

Consiga Cazador de trolls, y disfrute. Encontrar este tipo de humor de este lado del planeta es bien raro como un troll de ojos negros.

Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1740707

jueves, 3 de marzo de 2011

Recitales
Mario Vargas Llosa en La Argentina



Se sucita en los últimos días una avispada polémica por el espacio cedido al escritor peruano Mario Vargas Llosa para que discurse en la apertura de la feria del libro de Argentina. El director de la Bibloteca Nacional, Horacio González, opinó mediante una carta pública, su posición contraria a la invitación, y posteriormente por pedido de la Presidenta de la Nación, debió dar marcha atrás en sus palabras, con el objeto de no mellar en lo más mínimo la libertad de expresión de quien, es seguro, va a hablar mal del país, de sus dirigentes, y de la torpeza de los ciudadanos que insisten en votar a gobiernos populistas.

Como este bretel es finito, pero tiene espaldas, vamos a dar despacho de postura. Hace años que dejé de ir a la feria del libro. Es un gentío insoportable de personas que (en su gran mayoría) entiende que expía su culpa cultural sólo con el hecho de concurrir, cuando en concreto no lee más de dos libros al año. También hacen colas interminables y pagan libros carísimos que posiblemente luego no terminen, pero lucen bonitos en las estanterías de sus casas. Algo parecido sucede con los festivales de cine independiente. Esta ciudad tiene esas cosas. En los años 80 alguien logró poner de moda las pistas de hielo (¿), por ejemplo. De todos modos, es bueno que haya feria del libro, y que se llene también.

Pero el señor Vargas Llosa dejó hace años de ser solamente un escritor. Es un importante operador político de la derecha, interviene y mantiene en numerosas organizaciones que enbanderan ideales conservadores, y, por si fuera poco, quiso ser presidente de su país. Es un político, que escribe muy bien, se ha ganado un Nobel y tiene un perstigo en las letras que no admite dudas, pero es un político, que olvidó que la arena de estas artes es un poco más sucia que la de las editoriales. No puede atacar como político y tratar de defenderse como hombre de la cultura, un librepensador que el aparato del estado intentó prohibir o censurar. Si buscó gobernar su país, era porque pensaba ganar con el voto popular, y tal vez allí sea donde resida la contradicción que más lo atormente. Sus cultos amigos pertenecientes a la elite de poder económico no son lo suficientemente poderosos como para proclamarlo jefe de estado, al menos en estos tiempos de democracia, y no queda otra para acceder al poder, que valerse del voto de esos ignorantes que gustan de elegir insistentemente por otra cosa. Y cuando debe ponerse el calzado de político, entendiendo la política como el arte de cambiar la realidad y de convencer a las personas de cuál es el mejor camino para lograrlo, convengamos que no muestra paso galante, es más bien torpe en ese aspecto, a juzgar no solo por sus declaraciones acerca de los gobiernos populistas, de primitivo nivel de análisis y profundidad, sino también porque perdió las elecciones de su país en manos de Alberto Fujimori, quien siendo presidente escapó acorralado por los escándalos y pretendió renunciar a su cargo vía fax.

Lo más divertido fue la puesta en escena de los partisanos de derecha acerca de sentirse perseguidos o atacados cómo su lider cultural. Justamente quienes son los duenos del aparato comunicacional, las empresas y el poder; quienen son capaces de afirmar que los sepelios de los ex-presidentes son organizados por colectivos culturales y se realizan con ataúdes vacíos, se manifiestan como cohartados en libertad de expresión. Aceptemos que a la derecha le cuesta juntar personalidades de la cultura, y si es por eso, es bueno que las cuiden. Pero de todos modos, no creo que ninguno corra peligro. En general, la gente de derecha no suele ir a muchas manifestaciones, y si va, casi nunca la corre la policía; menos que menos alguno perece bajo las balas de los uniformados, y definitivamente, ninguno desaparece.