miércoles, 14 de agosto de 2013

La reconstrucción




Cuando el dolor aparece, no sólo es necesario contar con la entereza suficiente para soportarlo, sino también estar dotado de una importante cuota de valentía como para enfrentarlo. El valor como para soportar el sufrimiento del otro, no ya del propio, sea físico o mental. Ese temple que permite mantener la traza cuando se está conversando con alguien que ya reconoce que pronto no seguirá con nosotros; que a veces por piedad, decoro, o simplemente para no incomodarnos, nos hace creer que el trance va a superarse, usando gestos y frases propias de un mal actor secundario, o tal vez justamente por ese lugar que le toca estar, aprovecha para decirnos esas cosas que no se animó nunca antes a mencionar. Y poseer ese valor no es patrimonio de todos, ni obligación mucho menos. No sería tan fácil sino negar la ayuda con la vista en alto, cuando se nos solicita en la calle como una mano extendida o nos apoyan algún objeto en la pierna cuando viajamos en tren.

La primera escena de la película, a escasos segundos de comenzar, ya delinea el concepto que gravitará a lo largo de los restantes minutos: el valor para enfrentar el dolor. Eduardo (Diego Peretti), es un hombre hosco, mal entrazado, poco comunicativo y en general hostil con el entorno. Trabaja en una compañía petrolera, en el sur argentino. En coincidencia con el comienzo de sus vacaciones, recibe el llamado de Mario (Alfredo Casero), un amigo suyo que vive en Ushuaia, la última ciudad del mundo. Le insiste mucho para que viaje para allí, algo que finalmente accede, no sin algo de fastidio. Mario vive con Andrea (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes, Cata (Eugenia Aguilar) y Ana (María Casali).



A poco de llegar, el carácter de Eduardo se dejará mostrar sin matices, dando lugar a una serie de situaciones incómodas. De trato difícil, casi irracible y manejándose en el límite inferior de lo civilizado, pondrá en una posición compleja a Mario, un padre cariñoso y afectivo con su familia, que deberá explicar a sus jóvenes hijas de dónde sacó semejante amigo.

El resto de los eventos se desencadenarán de manera más o menos rápida, y darán paso a la verdadera historia que existe por detrás.

Diego Peretti, muchas veces verborrágico, compone esta vez un personaje que, con suerte, llega a las tres carillas de parlamento en todo el filme. Hay en su trabajo gestual y en su aspecto físico todo lo necesario como para llenar de líneas de diálogo varios capítulos. Muy a su medida, y sólo repitiendo algún que otro tic de otros trabajos anteriores, conmueve y estremece, pero fundamentalmente convence, que es algo que en un actor debe valorarse mucho. Igual mérito para Alfredo Casero, un actor que por su origen puede ser afecto a los excesos, aunque esta vez no sea el caso. Claudia Fontán carga con el valor de mostrarse con soltura en la cotidianeidad y en la tragedia. En general, las actuaciones cuentan con un muy buen nivel de acoplamiento, lo cual le da al trabajo una solidez de relato destacable. Bienvenido es el nuevo rumbo que decide tomar el director Juan Taratuto en este, su cuarto trabajo, abandonando el género de la comedia, y arriesgando en una apuesta visual y emotiva de gran porte.



Allí en la bella Ushuaia, uno de los paisajes naturales más hermosos del planeta, La reconstrucción invita a entender los silencios ajenos. A no apresurar los juicios acerca de las no acciones u omisiones de los otros. A no exigir prestancia y diligencia en las respuestas acorde al ánimo de las preguntas. A no aceptar los estándares como filtro fino por el que deben pasar todos aquellos que quieran ajustarse a lo establecido, a no discriminar los afectos. Y nos enseña también que todos los dolores quedan guardados, sólo que a veces desconocemos en que sitio. Sin consignas de autoayuda de medianoche, ni angustia pasatista, solo con retazos de vidas que pueden ser la de cualquiera de nosotros.


Imdb: http://www.imdb.com/title/tt2718462/