jueves, 3 de marzo de 2011
Recitales
Mario Vargas Llosa en La Argentina
Se sucita en los últimos días una avispada polémica por el espacio cedido al escritor peruano Mario Vargas Llosa para que discurse en la apertura de la feria del libro de Argentina. El director de la Bibloteca Nacional, Horacio González, opinó mediante una carta pública, su posición contraria a la invitación, y posteriormente por pedido de la Presidenta de la Nación, debió dar marcha atrás en sus palabras, con el objeto de no mellar en lo más mínimo la libertad de expresión de quien, es seguro, va a hablar mal del país, de sus dirigentes, y de la torpeza de los ciudadanos que insisten en votar a gobiernos populistas.
Como este bretel es finito, pero tiene espaldas, vamos a dar despacho de postura. Hace años que dejé de ir a la feria del libro. Es un gentío insoportable de personas que (en su gran mayoría) entiende que expía su culpa cultural sólo con el hecho de concurrir, cuando en concreto no lee más de dos libros al año. También hacen colas interminables y pagan libros carísimos que posiblemente luego no terminen, pero lucen bonitos en las estanterías de sus casas. Algo parecido sucede con los festivales de cine independiente. Esta ciudad tiene esas cosas. En los años 80 alguien logró poner de moda las pistas de hielo (¿), por ejemplo. De todos modos, es bueno que haya feria del libro, y que se llene también.
Pero el señor Vargas Llosa dejó hace años de ser solamente un escritor. Es un importante operador político de la derecha, interviene y mantiene en numerosas organizaciones que enbanderan ideales conservadores, y, por si fuera poco, quiso ser presidente de su país. Es un político, que escribe muy bien, se ha ganado un Nobel y tiene un perstigo en las letras que no admite dudas, pero es un político, que olvidó que la arena de estas artes es un poco más sucia que la de las editoriales. No puede atacar como político y tratar de defenderse como hombre de la cultura, un librepensador que el aparato del estado intentó prohibir o censurar. Si buscó gobernar su país, era porque pensaba ganar con el voto popular, y tal vez allí sea donde resida la contradicción que más lo atormente. Sus cultos amigos pertenecientes a la elite de poder económico no son lo suficientemente poderosos como para proclamarlo jefe de estado, al menos en estos tiempos de democracia, y no queda otra para acceder al poder, que valerse del voto de esos ignorantes que gustan de elegir insistentemente por otra cosa. Y cuando debe ponerse el calzado de político, entendiendo la política como el arte de cambiar la realidad y de convencer a las personas de cuál es el mejor camino para lograrlo, convengamos que no muestra paso galante, es más bien torpe en ese aspecto, a juzgar no solo por sus declaraciones acerca de los gobiernos populistas, de primitivo nivel de análisis y profundidad, sino también porque perdió las elecciones de su país en manos de Alberto Fujimori, quien siendo presidente escapó acorralado por los escándalos y pretendió renunciar a su cargo vía fax.
Lo más divertido fue la puesta en escena de los partisanos de derecha acerca de sentirse perseguidos o atacados cómo su lider cultural. Justamente quienes son los duenos del aparato comunicacional, las empresas y el poder; quienen son capaces de afirmar que los sepelios de los ex-presidentes son organizados por colectivos culturales y se realizan con ataúdes vacíos, se manifiestan como cohartados en libertad de expresión. Aceptemos que a la derecha le cuesta juntar personalidades de la cultura, y si es por eso, es bueno que las cuiden. Pero de todos modos, no creo que ninguno corra peligro. En general, la gente de derecha no suele ir a muchas manifestaciones, y si va, casi nunca la corre la policía; menos que menos alguno perece bajo las balas de los uniformados, y definitivamente, ninguno desaparece.
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