martes, 4 de enero de 2011

Carancho



Tal vez no sea bueno para el cine argentino hacerse a la idea que cada tanto puede ganarse un premio Oscar. Más allá de lo objetable de la calidad de las películas que se premian en dicho certámen, si está fuera de toda discusión que se trata de un galardón de la industria, no de la crítica, ni mucho menos de los artistas y realizadores. Es decir, un premio del mercado hacia el mercado. Por eso cada tanto aparecen, a modo de culpógenos anticuerpos, algunos premios a filmes del tercer mundo o a películas de denuncia, una forma de auto-legitimarse. Pero todo tiene su límite: una cosa es premiar una película que reclama por la matanza de koalas o la polución en las grandes ciudades, la minería a cielo abierto y las manchas de petróleo, y otra muy distinta es cuestionar la forma de mirar las cosas desde adentro del sistema. Tal vez por eso un director como Haneke no reciba nunca un premio de estas características, por ejemplo.

De todos modos, un Oscar da prestigio, no cabe duda. Lo cuestionable aparece cuando por querer ganarlo se pierden identidades. Algunos directores de cine están en busca de la piedra roseta que les indique como llegar a la estatuilla, y piensan sus películas en función de quienes pueden ubicarlas en la terna. Y ahí se va al diablo el cine argentino, sin más. Algo similar pasó con la música latina.

Lo que hoy se conoce en las radios como música latina, es el formato realizado por músicos latinos siguiendo la receta del mercado norteamericano de como debe ser la música latina. Explico mejor esto. En algunos lugares de Estados Unidos la cultura latina se hizo de un masividad peligrosamente dominante, al punto de hacer peligrar el mercado local. Entónces comienza a funcionar el excepcional mecanismo estadounidense de a) fagocitar, b)digerir y c)regurguitar el producto, reformateado al consumo propio. Allí aparecen las cantantes latinas cantando en español, pero con toda la impostación vocal de las cantantes melódicas estadounidenses. Y chau cultura. Así fue como perdimos a la mejor Shakira, esa que hoy no para de jadear y manosearse, mientras que hace unos pocos años nos enloquecía con "bruta, ciega, sordomuda".



La película El secreto de sus ojos ganó el Oscar, en gran parte, porque fue pensada para eso. Su director conocía perfectamente los códigos necesarios para acceder a ese lugar, se movía en ese ambiente desde hacía tiempo, y se ve en el tratamiento de la imagen y en el formato de los díalogos todo un trabajo de emparentarse con esa forma de hacer cine. Campanella provenía de cosas diferentes, venía de El hijo de la novia, de Luna de Avellaneda. La cinta que ganó el Oscar es distinta, está hablada en español y trabajan artistas nacionales, pero le falta el guiño cómplice argentino.

Trapero viene en cambio de Leonera, El bonaerense, Mundo grúa. Estamos hablando de uno de los cuatro o cinco directores fundacionales de lo que se dio en llamar el Nuevo Cine Argentino. En su trabajo anterior, Leonera, aún se respira perfectamente ese aire. Los personajes interpretados en sus películas casi siempre nos recuerdan a nuestros vecinos, algún comerciante del barrio, de alguna forma, a nosotros mismos. Hablan y se mueven como nosotros, razón por la cual nos sentimos representados. Y por eso nos encariñamos tanto con el Rulo de Mundo grúa, porque le creíamos cada cosa que decía. Algo de esa escencia empieza a perderse en Carancho, y, quieran los dioses que uno se equivoque, tal vez sea por las ganas del director de tener un Oscar en la repisa.



No se encuentra otra explicación entónces a algunos planteos de guión de la película. Si lo que se desea es cuestionar fuerte algunos aspectos de la sociedad para encarar una denuncia, debe hacerse de manera creíble, de lo contrario el efecto puede ser el contrario. Cualquiera se puede imaginar las calamidades que pueden vivirse en una sala de guardia de un hospital público del conurbano bonaerense en una noche de sábado, por ejemplo. Pero mostrar en una misma escena a dos personas que acaban de pelearse y son atendidas en un consultorio, y en medio del quehacer de los médicos, los heridos retoman la gresca; los que están afuera esperándolos quieren entrar, todos se parapetan en la sala, afuera se escuchan disparos, los médicos no saben si curar o protegerse… Toda una situación que parece salirse de la pantalla, como cuando al poco tiempo de rodaje vemos al personal de aseo limpiando los charcos de sangre del piso de la guardia, mientras todo el equipo médico sigue trabajando como si nada alrededor. También vimos como un herido borracho intentó propasarse con la doctora que lo atendía y como el jefe de los médicos trata a su gente como si fueran cadetes de un colegio militar.

El personaje de Martina Gusman, Luján, también es difuso. Se droga con sustancias que saca aparentemente de forma ilegal de la farmacia del hospital, y si bien en algún tramo del filme menciona su adicción, no aparece asimilada con la historia, es como un hecho descolgado. Sería una pena encasillar a Gusman exclusivamente en papeles marginales. El personaje de Ricardo Darín, Sosa, es el de un abogado corrupto que lucra con accidente de tránsito, cuando no los gestiona personalmente. El gran actor argentino de los últimos 10 años, siempre fue capaz de brillar aún en producciones que no resultaron del todo aceptables. Aquí se lo ve repetido, poco penetrante en su rol, algo que sorprende, porque por su calidad interpretativa, hay que esmerarse mucho para hablar de un Darín que no actúa de 8 para arriba en una película. El resto de los personajes orbitan pero no combinan, hay como toda una desconexión en el trabajo como cuando a una torta le falta huevo. Hay alguna escena de sexo que sólo cumple con el rigor de que no debe estar ausente, pero que tampoco suma. El final es no sólo es obvio, como la letra del bolero que ellos bailan en la fiesta de quince, sino que parece como que el director quiso sacarse de encima la responsabilidad de tomar alguna decisión, y optó por la más fácil.

Tal vez no sea bueno para el cine argentino ganar más premios Oscar. Nos puede pasar como cuando algún gen mirtalegranezco recesivo oculto en el inconciente colectivo hizo mutar la pajita en sorbete: vamos a perder identidad. Y la identidad, una vez que la perdés, fuiste, man.

Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1542852/

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