jueves, 1 de diciembre de 2011

La última casa



Chiang Mai es una ciudad ubicada a 700 kilómetros al norte de Bangkok, en Tailandia, y su nombre, en idioma nativo significa “ciudad nueva”. Allí es dónde el Sr. Three ha decido mudarse con toda su familia, más precisamente a un elegante e imponente barrio cerrado. Se lo ve ultimar detalles de la morada, sacando los plásticos que protegen los muebles, decorando las habitaciones de sus hijos, todo con un esmero y una emotividad que parece escapársele de los ojos. El matrimonio se completa con dos hijos, el pequeño Nat en edad de primaria y la jóven Nan, una adolescente de catorce años que está enfadadísima por haber abandonado la cosmopolita Bangkok justo cuando su vida empezaba a ponerse buena en términos de amigos y colegio.

Al poco de llegar al barrio ya se vislumbran sus bondades, con su portón de entrada, niños jugando con total alegría y seguridad, personas disfrutando de la vida al aire libre, en medio de hermoso paisaje natural completado con lagos y fuentes, todo en perfecto orden.

Su esposa Parn lo adora; y lo apoya en todo, aunque se la ve sumamente pendiente de su madre, quien la acosa por teléfono de manera insistente. Esta señora no disimula su desprecio por su yerno, a quien no vacila en tildarlo de inútil, por más que su hija intente explicarle que gracias a él, ella no necesita trabajar. Así las cosas en el nuevo hogar, con la joven hija en contra de su padre y utilizando a su abuela de cuña cuantas veces pueda para generar todo el malestar posible, y con el jefe de familia encarando un nuevo trabajo, en un ámbito en el cual no se lo ve con todos los códigos asimilados rápidamente. En este cuadro de situación hace irrupción el ingrediente que faltaba para redondear el banquete: un fantasma.



Puede ser recurrente en el cine de estas latitudes el tema de los muertos malhabidos, aquellas presencias que vienen a hacer pagar crímenes de antaño y de otras manos. En ese aspecto, esta cinta no descolla por su originalidad, hay que decirlo, pero el tratamiento que hace del asunto es muy bueno. Su director Sophon Sakdapisit entiende del tema, y ya hizo de las suyas con Shutter y Alone.

En las películas tailandesas puede apreciarse con mayor presencia el componente tercermundista de su sociedad. Los desniveles sociales son visibles claramente, y la violencia de puertas adentro, más concretamente de género, aparecen con más frecuencia. En estos compartimentos estancos se ancla el guión de esta película, cuando vemos un hombre endeudado hasta el tuétano para lograr mantener su estatus aparente, con el pánico de la vergüenza social de sentirse un perdedor o fracasado. Una mujer que ha abandonado su trabajo para permanecer al frente de la casa, y si bien esto significa una pérdida de ingreso, es visto como señal de que con el trabajo de su marido ya basta y sobra. Y con detalles más goumet que pueden ayudar a comprender el contexto, como el de contar con una sirvienta birmana.



Hay interesantes efectos visuales, aquellos en dónde la cámara que toma al actor se fija a su cuerpo, acompañando su movimiento y alejando el fondo, los cuales han sido pocas veces vistos en este tipo de películas, y que hábilmente dosificados no se entrometen en el relato de forma artificiosa, sino todo lo contrario, refuerzan la sensación de angustia. Y están los clásicos sustos provocados por alarmas, timbres y ladridos, que también están en otras películas, y que sólo sirven para hacernos acordar que esta que estamos viendo es una de terror.

Se dice por ahí que los sucesos que se narran en esta película están basados en hechos reales, pero usted sabe, ya casi no quedan hechos reales que narrar, la verdad es que la realidad misma es un cine gigantesco y la vida que creemos que vivimos, son narraciones documentales que se escaparon de alguna película.

Imdb: http://www.imdb.com/title/tt2063782/

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