martes, 15 de noviembre de 2011
Otra tierra
Rhoda está muy feliz. Acaba de ser aceptada para ingresar en el MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts, esa prestigiosa universidad estadounidense de ciencia y tecnología que ha cosechado decenas de premios Nóbel entre sus egresados. Tiene Rhoda apenas diecisiete años, y mientras festeja con amigos, bebiendo y mostrando su más luminosa sonrisa, jura que jamás comerá de la manzana del cinismo. Y lo dice sin pensarlo, como una de esas sentencias a secas que cada tanto se lanzan al aire. No imagina que pronto deberá cambiar esa frase por una promesa.
Rhoda ama las estrellas, y tiene entrenamiento intelectual suficiente como para afrontar las duras ciencias que gobiernan su comprensión. Pero como suele suceder, la vida deja variables sin definir, y casi siempre son las que vuelcan la ecuación para el lado más insospechado. Algo propio de su inmadurez, tal vez, o quizás cierto enamoramiento naif con el conocimiento le hará cometer errores. Error, en singular, para ser preciso y estar a tono con el rigor científico circundante; con sólo uno alcanzará para marcarse de allí en adelante, para imponerse a si misma el karma de no volver a vincularse más con aquellos astros que tanto la seducen.
Con una divisoria de aguas a los cinco minutos de comenzado el film, el director Mike Cahill nos llevará el resto de la proyección por un magnético sendero en el que la inquietud no afloja, más quizás por lo dramático de los sucesos previamente presentados que por el accionar posterior de los sujetos. Como esos problemas de ajedrez para aficionados, que muestran las piezas ya ubicadas y nos advierten que en un determinado número de movimientos debe llegar la resolución; así es como decide Rhoda que debe ser la forma de andar sobre el tablero, con la fuerza de sus convicciones, y el peso infinito de su culpa que parece hacerla doblegar en cualquier instante.
Un nuevo planeta aparece en el firmamento, y según las primeras apreciaciones de los científicos, es casi gemelo con la tierra. Se ha ido aproximando en los últimos años, y da la posibilidad de que podamos observarlo a simple vista, y a la vez, tener la misma sensación que tuvo aquel cosmonauta ruso que se convirtió en el primer humano en contemplar a la tierra desde el espacio. Gigante e imponente, el nuevo astro, que es bautizado como Tierra 2, decora el monótono azul del cielo, como si alguien hubiera puesto un enorme espejo allí arriba. También se comenta que allí hasta puede haber vida, y está realmente tan cerca de nosotros que no sería mala idea darse una vuelta a ver si es cierto.
El tono de la película, el fluir de los diálogos, la sobria ambientación musical y el buen tino con el que se desenvuelven los personajes son los condimentos de este interesante trabajo, básicamente por la sincronización con que la que actúan en el todo. Es una destacable muestra de cómo un guión con altos componentes de ciencia-ficción da paso a una historia de delicado dramatismo y sensible transcurrir, algo utilizado hace algunas décadas como un recurso de simbolismo metafísico. No en vano no existe en ningún momento del film alarma alguna relacionada con el choque de planetas y el consecuente fin del mundo.
Brit Marling es Rhoda, la jóven imprudente que si bien pagará por sus errores, quizás al final pueda tener el consuelo de reencontrar(se) y reparar. William Mapother,el actor que los fanáticos de la seríe Lost recordarán por el papel del intrigante Ethan, interpreta a John Burroughs, un hombre destrozado que intentará volver a creer después de haberlo perdido todo.
La sugerencia es que se dé una vuelta por esta Otra tierra. Con todo el amigable plafón que cobijan las producciones que pasan por Sundance, hay en esta película calidez y ternura suficiente como para aligerar un dolor que parece infinito.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1549572/
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