viernes, 14 de junio de 2013

Buscando a Sugar Man




El director sueco Malik Bendjelloul dirigió en 2012 este documental que le valió varios premios, entre ellos el Óscar norteamericano en el rubro documental largo y galardones en los Festivales de Moscú y Sundance. Cuenta la historia del cantautor norteamericano de ascendencia mejicana Sixto Rodríguez, que a principios de los años 70 grabó dos discos que tuvieron escasa o nula repercusión en su país. Por algún que otro motivo del azar, sus trabajos llegaron a Sudáfrica, donde no sólo se hicieron muy populares, sino que además influenciaron a muchos músicos jóvenes de ese país. Sus canciones también acompañaron a la juventud durante las grandes jornadas de protesta contra la segregación racial en ese país, gobernado por un régimen que imprimía duras censuras y persecución política a la población. Rodríguez es oriundo de la ciudad de Detroit, cuna de la industria automotriz norteamericana, merecedora de una clase trabajadora que conoce el áspero rigor de una recesión que comenzó justamente allí por los 70, a raíz de las crisis del petróleo y la competencia automotriz japonesa. Sus letras no son exactamente pinturas pasatistas, sino retratos de una época dura. No es de extrañar que hayan calado hondo en el corazón de la protesta sudafricana.



Estamos posiblemente ante una de las producciones más emotivas de los últimos tiempos, básicamente porque no se trata de una película más “basada en hechos reales”, sino de un producto de género documental guionado de manera impecable. Por como está planteada desde el principio, la historia es ya poseedora de un caudal fantástico propio. Y es que el relato, por imparcial o apasionado, no puede evitar que la figura de Rodríguez se torne, como poco, intrigante, idílica; inevitablemente romántica. Pero con el correr de los minutos, esta dosis mínima de fantasía comienza su efecto en cascada, y la genialidad del guión loga expandir su potencial para dar paso al mito. Nada es más venerado que aquello que vuelve de sus propias cenizas.



La tan común figura del artista que se deja ver en los medios de comunicación, a través de entrevistas, o bien en filmes biográficos o de ficción, nos muestra personas que de tener la mirada tan afilada en su arte, carecen de capacidad crítica para evaluar la vida corriente de una forma traducible a los ojos del resto de los mortales. A muchos de ellos incluso le es casi imposible arrancarles una opinión concreta de algo, se sospecha que por incapacidad de expresión trivial o por un alto nivel de evasiva para insertarse en la vida real.

Para que el artista pueda contactarse con su pueblo, debe involucrarse en su cotidiano, consumir su comida y moverse en su barro. Esto no exime ni obliga: la mirada sensible no es patrimonio de pocos, y muchos son capaces de retratar al otro casi sin acercarse, o incluso siendo bien distinto. Pero el artista que no es como su pueblo, sino que es parte de él, cuenta con un adicional difícil de adquirir en una academia, o a través de una campaña de prensa discográfica. El verso no necesariamente crea obligaciones, pero establece cotas mínimas de las cuales no es posible bajar, al menos sin consecuencias.



Algo en la obra de Rodríguez pone al autor en sincronía con el suceso, y es la impactante consecución entre lo sugerido por el artista y lo realizado por el hombre. Un hombre que logra expresarse y plasma sus ideas en una obra artística, y posteriormente no tiene otra cosa con que defenderla que con su vida misma, puede no ser un constructor de castillos, pero tiene un valor simbólico demoledor, principalmente porque allí existe un aval para demostrar que el verso no fue presa de la métrica. Insisto, decenas de poetas y artistas han sabido elevarnos con sus creaciones, la mayoría producto de la pura imaginación, es decir actuaciones, inventos, mentiras mismas como aquellas que dicen: “Yo te conocí en un verano...”, “Mi amada de Hong-Kong…”, etc. Y el que recibe la fantasía lo sabe, claro, pero también quiere creerlo, le gusta pensar que eso ha sucedido de ese modo que se le cuenta, y es porque así es como funciona el arte. Lo mismo sucede con el cine. Todos sabemos que el relato es ficción y que el artista no es el personaje. Pero si estuviéramos todo el tiempo pensando en que la película se filma de a tramos de no más de algunos minutos, o que los técnicos y asistentes multiplican por varios a los que aparecen en escena, sería imposible emocionarse con Gatica o asustarse con Alien, por citar algún ejemplo. El contrato no funcionaría, la famosa magia del cine que tanto se menciona se quedaría sin trucos.

Buscando a Sugar Man es una película excelente, porque cuenta de manera impecable la historia de un artista que no hizo ni más ni menos que poner su vida en algunos discos, y luego la dejó allí, en un estado de suspensión temporaria, y casi permanente. Quien quiera revivirla, deberá afrontar los riesgos de poner cara a cara al monstruo con su creador y ver cómo reacciona después de estar tanto tiempo durmiendo en la perfección que los años le otorgan a los recuerdos.


Imdb: http://www.imdb.com/title/tt2125608/

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