sábado, 6 de marzo de 2010
Up in the Air
Los Estados Unidos son dueños de (y deben su éxito a) una formidable maquinaria capaz de digerir y asimilar absolutamente todo. Cualquier unidad que sobrevuele, nade o patalee, puede tarde o temprano convertirse en un elemento puesto a producir al servicio de un dueño. Esto mismo es, tal vez, la definición misma del capitalismo, y de esto se trata la reflexión en curso: como aprovechar los recursos afines y fagocitar cualquier paradigma que cuestione el orden establecido. Así vimos, a lo largo de las décadas, cómo el Che Guevara pasó de ícono rebelde a remera, cómo la música alternativa de principios de los 90 que intentó una construcción por fuera del sistema dio origen a la mega corporación MTV; presenciamos como la música de los pueblos latinos mutó en ese gorgojeo meloso cantado en español llamado música latina, y siguen las firmas. Alguien en algún momento se dio cuenta que la estrategia no era combatir el gérmen, sino adoptarlo, lavarle la cara (y la ideología) y volverlo a sacar al ruedo reprogramado con la nueva función. Y Hollywood no sólo no escapa a esta premisa, sino que es una de sus naves insignas.
Up in the air (no me gustan los títulos en inglés, pero en Argentina le pusieron Amor sin escalas, que es vergonzoso) sería algo así como la primera película no documental que trata el colapso del sistema financiero norteamericano del 2008. La llamada "burbuja inmobiliaria" dio origen a una de las crisis más terribles de las que se tiene memoria desde la gran depresión del 30, y provocó que el estado norteamericano, en contra de los principios más rígidos y basamentales del capitalismo, rescatara con dinero de los contribuyentes el andamiaje privado de bancos y compañías financieras quebradas por la voracidad del mercado. Cientos de miles de norteamericanos fueron arrojados al desempleo y la pobreza, y el impacto en el sistema globalizado sacudió a gran parte del mundo, sobre todo a aquellos países que seguían a rajatabla las indicaciones de los organismos internacionales de crédito, en su gran parte manejados por intereses norteamericanos. Mientras tanto, las consultoras especializadas que desde el norte decidían con un índice de actualización el cumplimiento o no de los logros de una nación del tercer mundo, no tuvieron el más mínimo reflejo para advertir que el agua comenzaba a subir demasiado rápido en la propia casa.
Up in the air, decía, trata sobre un ejecutivo de una empresa focalizada en despedir empleados, una tarea que de tan poco grata para los propios empleadores, resultó buen negocio ser tercerizada. George Clooney, el protagonista, viaja tanto en avión de estado en estado, que ni siquiera tiene casa fija. Llega a la empresa en cuestión, y entrevista (despide) en nombre de otros a quien corresponde. Luego se marcha rápidamente a su próximo destino. La película cuenta con todos los elementos clásicos del cine norteamericano de los últimos tiempos: voces en off, diálogos con ocurrencias simultáneas y veloces entre los participantes, escenas cortas, gesticulaciones a mansalva, música estimulante, etc. El personaje de Clooney (Ryan Bingham) provoca desde el vamos una reacción contraria en el espectador, del mismo modo que Aaron Eckhart lo hacía en Gracias por fumar (2005): se supone que a nadie le puede caer bien este individuo, y es por eso que lo muestra preparado para enfrentar todas las reacciones propias del cesanteado, con una batería de respuestas y propuestas tendientes a buscar la calma ajena y mitigar la culpa propia. Tras un encuentro con una una mujer (Vera Farmiga) en uno de sus viajes, el film volantea rápidamente hacia la comedia romántica. Es entónces cuando entran en escena los más poderosos jugos gástricos del aparato digestivo de la industria cinematográfica norteamericana.
Haciendo un paréntesis en la valoración puntual de la película, como se acostumbra en este sitio, lo que se busca analizar es justamente como una vez más se busca crear subjetividad de lo que fue un hecho dramático, y moldearlo hacia lo que aparenta ser un estatus ineludible. De modo similar a No Country for Old Men (2007), se baja una línea que ya cae como incuestionable: las cosas son así, y no queda mucho para cambiarlas, así que mejor hagamos una peli.
Ryan Bingham es parte de esa maquinaria, y le gusta serlo. Cómo la lógica de este tipo de comedias indica, será su propio puesto el que pueda estar peligro en algún momento de la historia. El dueño de la empresa echa-personas, sin embargo, está exhultante: "Los minoristas han bajado un 20%, la industria automotriz está en la basura, el mercado inmobiliario no tiene latidos, es una de las peores épocas en la historia de EE.UU. Éste es nuestro momento." Si uno observara los rostros en el cine ante esta afirmación, seguramente coincidirían las muecas socarronas, y alguno que otro hasta reiría festejando la ocurrencia: misión cumplida, otro pecado lavado con el increíble jabón del sistema. Cómo la cadena de noticas TN, que aún cuando transmitía las terribles imágenes del sismo en Chile, no podía dejar de mostrar los números de la lotería en el cuadro lateral de la pantalla, todo parece rápidamente convertible en un hecho casual y constitutivo de la vida misma.
Hasta la infaltable moraleja final de todas las películas de este signo está licuada. Cómo es de esperar, al insensible de Bingham le llega su turno. Pero su castigo, a diferencia del que él se ha encargado de repartir a diestra y siestra por todo el país, no es social, sino humano, o "del corazón", cómo diría mi abuela. Habiendo servido al aparato que hizo posible el desastre, se lo termina mostrando como un desdichado porque no le fue bien con la chica, aunque en ningún momento peligre su cuenta bancaria. En el tramo final se intenta hacer creer al espectador que todas las personas que él entrevistó para despedir, son más felices que él porque tienen familia, y él no, elevando la cuota de cinismo a un extremo pocas veces visto. El personaje intenta redimirse por todos los medios, pero no lo logra: regala (parte de) sus millas acumuladas, envía carta de recomendaciones a empleadores, pero en ningún momento pone en tela de juicio que lo perverso no es el accionar del individuo, sino del sistema, con lo cual, las soluciones siempre pasan por las personas como unidades aisladas, nunca jamás como un grupo capaz de modificar las realidades.
De la película, como obra cinematográfica, queda poco por decir; es tan fuerte su contramensaje que hablar de actuaciones o dirección es poco menos que intrascendente (defiendo a capa y espada el cine subitulado en idioma original, pero ¿tiene sentido leer tanto cuando el 40% de los díalogos son banales?) La escena que relata el casamiento de su hermana está filmada mediante el recurso de la cámara en mano, como para darle algún toque humano a tanto discurso elaborado de antemano, pero es tan premeditado que no es convincente.
Cómo todo buen plato, se merece un buen postre. Cayendo los títulos, cuando ya casi todos se han ido del cine, se escucha la voz de un reciente desocupado de 55 años que le habla al director Jason Reitman, ofreciéndole una canción que escribió "como una especie de comunicado acerca de la incertidumbre y de tener cierta preocupación sobre el futuro" y que tal vez pueda servir para su película. En la letra, el compositor completa la idea del film; sería inocente hablar de autoayuda, es más bien, el mejor antídoto para una conciencia colectiva sublevada.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1193138/
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