viernes, 26 de noviembre de 2010
El hombre de al lado
La película El hombre de al lado es quizás la mejor pintura que retrata como país a la Argentina de los últimos 60 años, o al menos, los dos modelos que en el país se dan en pugna desde entonces.
Ecuadra en el género comedia de color negro y está dirigida por la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat, quienes anteriormente hicieron Yo presidente, una intención de documental que en realidad sirvió para mostrar más los entretelones o bambalinas de entrevistas realizadas a distintos presidentes de la nación de los últimos 10 años. En esta nueva producción, los directores continúan empeñados en descifrar el pensamiento argentino, sólo que ahora utilizaron como soporte un hecho de ficción y le dieron formato de comedia.
La acción se centra en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y más precisamente en la única casa que el arquitecto de prestigio internacional Le Corbusier realizó en América Latina. Allí vive Leonardo (Rafael Spregelburd) con su mujer y su hija. Leonardo es un diseñador que aparenta gozar de cierta importancia social y capacidad intelectual, al menos por lo que se puede ver de sus actividades cotidianas, su quehacer como docente universitario, la variedad de idiomas que maneja, y su nivel de vida. Del otro lado de la medianera que separa su icónica casa del resto del mundo, un hombre perfora la pared con la idea hacer una ventana para rescatar luz natural. El hombre de al lado es Víctor (Daniel Aráoz), una persona de modales algo rudos, gestos básicos, más preparado para el trato callejero que el del salón. Leonardo plantea inicialmente la queja, alegando que esa ventana le restará privacidad a su vida y la de su familia, y sosteniendo además que esa reforma no es posible por cuestiones vinculadas a la legalidad urbana.
Víctor intentará convencerlo haciendo referencia a las decenas de edificios que pueblan la ciudad, con ventanas apuntando directamente a su casa. Buscará suavizar la postura del vecino pidiéndole formalmente permiso para hacer la ventana. Ante la negativa de Leonardo, insistirá con el diálogo, pero llevándolo a su terreno, seduciéndolo con un trato cómplice, varonil, más propio de un estadio de fútbol que de un claustro universitario; ámbito en el cual, por otra parte, Leonardo se ve claramente desubicado y en desventaja. Le regala conservas caseras y objetos de arte de dudoso gusto, en los cuales deja explícita su pasión por las armas y la caza. Cuando acorralado por la situación Leonardo finalmente argumenta que el problema no es él, sino su esposa, Víctor le ofrece a Leonardo intermediar directamente. “Dame el teléfono, yo la llamo. Soy irresistible con las mujeres”, le dice, ante la mirada impávida de Leonardo. Posteriormente le enviará flores.
Uno a uno los argumentos y objeciones planteados por Leonardo son derribados por su vecino. Cuando finalmente opta por la vía legal, notificando a Víctor por medio de un letrado, éste irrumpe en su casa aludiendo falta de códigos. Mientras tanto, la vida de Leonardo comienza a mostrar grietas más amplias que la ventana que pretende construir el hombre de al lado.
La relación con su esposa es distante, y hasta en algunos pasajes, agresiva. Su hija apenas le dispensa sentimientos de afecto, de hecho casi no le habla. Su trabajo sufre complicaciones con los plazos de entrega de los compromisos. Su faceta como profesor de la facultad no lo muestra como un docente que alguien desee tener aún en la materia más liviana de la carrera. Y la relación con sus amigos aparece básicamente soportada en la imagen y la apariencia.
Del otro lado, Víctor (el actor cordobés Daniel Aráoz hace un trabajo impecable. Quienes lo conocemos de su vasto trabajo en televisión podemos dar fe que el papel esta perfectamente adaptado a su fisonomía y gestualidad) se deja ver como una persona con los bordes más lisos. No parece darle demasiados giros a la situación: él sólo quiere que a su casa entre un poco de sol, “ese que a vos te sobra”, le reclamará a Leonardo en algún momento de la historia. Habla a los gritos, con lenguaje soez y vulgar, ventila su intimidad y busca resolver el conflicto con su vecino apelando a la complicidad tan argentina como un guiño de ojos. Y allí es donde Leonardo fracasa una y otra vez. “Estas cosas se resuelven hablando”, le sugiere un colega al diseñador, y ese es un problema para él: el diálogo con personas de esa clase no está definido en su universo.
Un universo al que Leonardo no pertenece, como sí en cambio su doméstica paraguaya, que limpia la casa con las remeras que él ya no usa, esas con el logotipo del subterráneo londinense. O los limpiavidros que buscan juntarse un centavo en los semáforos, o los “trapitos”, los cuidacoches de los estacionamientos. Todos representantes de una parte de este país, que en el mejor de los casos, se los procuró mantener invisibles; en la gran mayoría de los otros, se buscó señalarlos como parte del problema y no como víctimas del desastre que dejó la década pasada en la Argentina.
Y apenas a quince centímetros de medianera, con la civilización y la barbarie a uno y otro lado del ladrillo, el otro mundo, el que requiere de la seguridad de las alarmas silenciosas, las rejas que protegen de desconocidos, los vidrios polarizados y la música privada con auriculares. Un espacio donde todo puede resolverse con una cifra o un llamado, donde tras cada gesto amable hay una mueca de desconfianza. Allí en el borde transcurre esta excelente película, que nos enseña que Leonardo, el diseñador que vive en esa casa que es única de la ciudad, es en la Argentina actual, el verdadero hombre de al lado.
Imdb: https://www.imdb.com/title/tt1529252/
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Querido Dani, lo interesante de la película es que verdaderamente tiene la estructura de tragedia clásica..Y, ya en el final desborda poesía. Me parece a mí, que es tan potente la estructura de ese clasiscismo, que la película aguanta ciertas carencias de actuación. Pero está bien construída.
ResponderEliminarDesde el primer, digamos, “delito”, por pequeño que sea (como mentir acerca del suegro), se ve venir la trama inexorable. Este primer delito arrastra consigo una cadena de otros delitos y lleva por último a Leonardo a la ruina y a Víctor a la muerte. La condición de ´delito´es de índole cualitativa y no cuantitativa. A través de esa cadena inexorable de acontecimientos, Leonardo, en principio un hombre común, en principio no un malvado, termina por convertirse en la clásica figura del fachista narcisista. Su condición lo lleva a ser cada vez más cruel a medida que avanza la trama. Desde el comienzo al final de la película, y éste es el mayor resultado psicológico del drama, Leonardo es perfectamente reconocible como el mismo hombre y con los mismos modales. Es empujado de delito en delito no por su innata maldad, sino por lo que se le aparece como una necesidad ineluctable.
Y ahí está lo más interesante: la conexión del tema con hechos reconocibles con la vida diaria, su proximidad con la experiencia común. En pequeño y en modo relativamente inocuo, todos podemos llegar a comportarnos alguna vez, y con consecuencias semejantes, de un modo bastante análogo al de Leonardo. Si no todos … muchos.
Esta, si se quiere, puede ser la historia de Hitler, pero es también la historia de cualquier empleado que falsifica un documento, de un empresario que promueve una coima o de un funcionario que la acepta. En realidad de cualquier ser humano, que aproveche cualquier mezquina conveniencia. Se funda sobre la ilusión de que una acción humana pueda permanecer aislada. Que uno pueda decir: ‘Cometeré sólo este pequeño acto’ .Pero de un crimen nace otro, aunque no haya maldad en quien lo comete.
Finalmente, es esencial el modo gradual en que se desarrolla la trama. Las consecuencias del primer ‘delito’ y la semiconciencia que Leonardo tiene, en el mismo momento de realizarlo, de que ese crimen lo llevará inevitablemente al desastre.
Como en una tragedia griega desde el pricipio puede preverse el final. Desde el comienzo se sabe en términos generales lo que sucederá. Esto hace todavía más emocionante y lógica la última escena. La mayor fascinación de la historia reside en su esencial banalidad: la tragedia de un hombre común. Aunque la mayoría de nosotros no cometa, en realidad, delitos, la película roza la vida cotidiana de todos.