domingo, 7 de noviembre de 2010

El origen



Al director inglés Christopher Nolan le gusta el entrevero, se sabe. Y hay que tener capacidad de discurso para eso. Quiero decir, llevar la confusión al límite máximo soportable a la vez que evita que uno mande la película al diablo antes de la primera media hora de proyección. Tenernos enganchados con un relato que dice algo pero nunca está del todo claro, dejando despejado el concepto central al que apunta la película y difumando los detalles que lo llevan a cabo. Y termina nomás la historia, y uno se mira con quien tiene al lado, con algo de asombro, un gesto como incompleto, inconcluso, y con el sabor que deja la satisfacción de un buen rato movidito, pero con un montón de cosas para charlar con amigos luego, a ver que entendió cada uno.

Es una forma de hacer cine también, algo mezclada con mercadeo publicitario. Ese lograr que la gente hable de lo que uno hizo. Había que ver que es lo que se habla de lo que uno hizo. Recuerdo una fiesta de fin de año de esas que se organizan en la oficina. Yo no reservo la mejor ropa para ir al trabajo; en general busco cumplir con cierta formalidad sin ariesgar mis mejores prendas. Esta fiesta era un buen momento para mostrar que uno no era un miserable, así que preparé mi mejor atuendo para buscar resaltar, o sea, lograr ser el motivo de conversación, al menos por un rato. Me acuerdo que preparé mi mejor camisa negra, de seda, con un brillo particular que surgía cuando se la miraba de costado. Marché con un perfil oscuro, algo gótico, porque “el negro señala profundidad”, decía Daria. Ni bien entro al salón lleno de compañeros, una mujer mayor del área comercial me señala a los gritos: “¡Hay, que linda camisa, parecés Enrique Iglesias!”. En parte lo había logrado, por un rato el comentario general era el “¡Grande Quique!”

A Nolan le sale mejor, él logra una direccionalidad más optimizada en el comentario. Nos tiene atrapados, y consigue que la proyección dure un par de horas y la discusión dias enteros. No sé si va a ser el caso puntual de El origen. La película entretiene, confunde lo justo, y lo mantiene a uno atado al sillón durante más de dos horas. Pero tiene un pecado que paga caro en la audiencia: es ajena.

Un amigo me la recomendó y me dijo que a esta película le jugaba en contra la comparación inevitable que se hace con Matrix. Como si el cine no se construyera con ladrillos de celuloide uno sobre otro, esto parecería ineludible. Sin embargo el valor de Matrix no es que apareció primero, sino que fue realmente buena. Revolucionaria, en muchos aspectos. El origen cuenta con varios elementos argumentales y técnicos interesantes, más allá de todo lo antedicho. Pero con relación a Matrix, vendría a ser una versión de las corporaciones.

En la película de los hermanos Wachowski se debate poco menos que el destino de la raza humana. En la de Nolan, el problema es entre particulares, un conflicto entre empresas. Leonardo DiCaprio es contratado para hacer ese trabajo. El Neo que interpreta Keanu Reeves es un sujeto que resulta ser el elegido para salvar a la raza humana. No es poca la diferencia. En alguna forma, hay una mayor creación de empatía con la saga de Matrix de fin de siglo. El origen puede mostrarnos que la humanidad aún no ha sido derrotada, pero que sus soldados más rebeldes ahora ponen sus armas al servicio de otros fines.

Apreciaciones al márgen, se pasa un buen rato con El origen. Decididamente, las actuaciones me resultan bien malas. DiCaprio tiene siempre la misma cara, el rostro arrugado, el mismo gesto de sufrimiento. La promesa canadiense Ellen Page sigue sin levantar; el japonés Ken Watanabe con poco foco protagónico deja más que el resto. Y Michael Caine debe haber filmado sus breves partes entre refrigerios.

Haga la prueba: recuerde cuanto tiempo estuvo hablando de Matrix, y mida cuando le va a ocupar El origen, en sobremesas, cafes de oficina y salidas con amigos. Alguna va a perder por goleada.

Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1375666/

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