viernes, 22 de abril de 2011
Revolución, el cruce de Los Andes
Revolución, el cruce de Los Andes, es una película que no está centrada en la figura de un hombre, sino en un hecho concreto, que fue el mítico paso a través de la Cordillera de Los Andes en 1817. Como recurso narrativo se utiliza el recuerdo de un protagonista de primera línea, Manuel de Corvalán, a quien de joven, y "aprovechando que sabe leer y escribir", el General San Martín tenía de secretario. Ya en el ocaso de su vida, Corvalán relata los hechos a un periodista interesado en conocerlo, por ser uno de los pocos sobrevivientes de aquella gesta.
Es interesante reparar en el hecho que la película no se detiene expresamente en la figura de El Libertador; no hay grandes reflexiones o comentarios por parte del protagonista de aquellos que se pueden esperar en una obra en la que aparece un prócer en tiempo real. No se encuentra esas escenas en las que el protagonista lanza aquellas frases que hemos leído por años en los libros escolares, o esos pensamientos que posteriormente lo harán cita obligada de los documentales. El foco del trabajo está puesto en la épica del suceso más que sus protagonistas. Imposible separarlos a esta altura del análisis: un hecho de la magnitud del cruce de Los Andes con 5200 hombres a principios de 1800 sólo puede caber en la cabeza de aquellas personas que por su capacidad diferente para entender su presente ocupan hoy el lugar que tienen en la historia. Pero el relato técnico del filme esta básicamente apuntado a entender todos los aspectos que implica la empresa en cuestión.
Como en cualquier película de época, hay que hacer un esfuerzo de situación para poder comprender la dimensión de algunos sucesos. Quien alguna vez haya estado a distancia de la vista de la Cordillera de Los Andes seguramente comprenderá su majestuosidad; los que hayan tenido la oportunidad de cruzarla en avión, habrán tenido una visión más cercana su inmensidad. Llevado esto a 1817, con los elementos de entonces y el detalle no menor de contar con un ejército conformado en su mayoría por soldados mulatos, negros y esclavos libertos, da a la gesta dimensiones que sólo pueden ser comparadas con las de Aníbal o Napoleón. Y eso es bien retratado en la película cuando se habla mucho de técnica, se ve a un general preocupado por los detalles, un estratega obsesivo y genial que no repara en detalles, exige fuertemente a sus hombres y no tiene nada de aquello que más se emparenta con el mármol que con las personas.
En un momento particular de Argentina, es de buen tino recrear la historia sin exacerbar las figuras construídas por las clásicas poblaciones para niños en edad escolar, y sin tampoco servir a intereses sectoriales. Un procer del tamaño de San Martín se explica como perteneciente a “todo el pueblo” de la nación, y no como sólo a una parte. Pero cuando se recuerda a quienes desde el poder central le retacearon recursos o ningunearon sus conquistas, las respuestas circundan que "eran turbulencias propias de tiempos en los cuales se estaba delineando la patria". Las personas diferentes de aquellos años, con San Martín entre otros, tenían capacidades para elevar su mirada más allá de sus propios intereses, y tal vez ese aspecto de la historia moleste a quienes ven como inapropiado mostrarlos en conflicto con el poder establecido. Siempre que hay confictos en con el poder establecido, surge la idea de la incomodidad.
Se supone que los conflictos deben ser patrimonio de ciertos grupos, que para eso están, para tener conflictos, como los maestros, o los trabajadores en general, por ejemplo. La mención a un conflicto gremial, o una huelga, ingresa dentro del marco de lo que el imaginario entiende como una disputa lógica entre poderes, y allí están en la arena en la cual deben dirimirse sus diferencias. Pero si el conflicto es con los grupos de poder acumulado, los empresarios, o los industriales, entonces se escucha hablar de inquietud, inestabilidad, o como se utiliza últimamente, de crispación. Es crispado peticionar a un poderoso; en cambio si un trabajador peticiona, en todo caso será molesto.
José de San Martín fue un gran molesto, un inadecuado que jamás sobrepuso interés personal alguno por sobre sus ideales de libertar su patria grande, que era Suramérica. En la película Revolución, poco se ve justamente de esto, del clima propio de una revolución. Se habla más bien de guerra, de batallas. No existe un discurso ideológico machacante, más allá de algunas arengas propias del momento. Se puede ver que San Martín era un militar de carrera, un estratega genial, una persona que no intentó más que poner sus saberes al servicio de sus ideales. No precisaba mencionar la revolución a cada rato, o andar estimulando a sus hombres con frases o discursos; él sabía que había que cumplir con el deber, y que ese lugar de la historia le había tocado a Él, por eso se atribuía el derecho al fracaso eventual de la empresa. La dimensión de su figura sólo es comparable al volumen de su gesta, por eso fue el mejor de los nuestros. Y eso también puede apreciarse en la película, como cuando se lo ve esperar a estar sólo para retorcerse de sus dolores de estómago, o cuando le pide perdón a quién dio la vida por él, pero sin dramatismo o desmesura, sabiendo en la intimidad que esa persona estaba cumpliendo con su deber, que era el de salvaguardar al líder.
José de San Martín fue un militar genial, desde lo táctico y estratégico en el campo de batalla, hasta su disciplina aplicable a sus propios principios. La práctica recurente de demonización de la política intentó instalar que la grandeza de su figura se circunscribía exclusivamente al ámbito castrense, y utilizan su deseo de no participación en cargos públicos de alguna manera como un ejemplo de pulcritud y asepsia. Nada más lejano de la realidad: San Martín era un animal político que en cada uno de sus acciones dejaba regueros de compromiso con sus ideales, plenos de vigencia a doscientos años de distancia.
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