Eric Clapton hacía de las suyas en el parlante de la radio. Anibal terminaba de arreglar el enchufe del velador de la pieza. Nunca tuvo demasiada devoción por la música. Conocía hasta ahí: tenía algunos discos, identificaba algunos grupos, pero en realidad la música para él era algo que disfrutaba sin intelictualizarlo demasiado. Sin embargo, no pudo evitar la frase: "¡Lo que sería poder tocar la viola como ese tipo...!"
Fué un destello. Una extraña luz que iluminó todo por un instante inexistente. Un cosquilleo atravesó su cuerpo de punta a punta, instalándose en sus manos sensación muy difícil de explicar. Sus ojos en blanco, la mirada perdida en el infinito, una quieta ansiedad, y una voz que jamás pudo saber de donde vino, pero que estaba dirigida exacta y exlusivamente a él: "Que así sea"
Dejó caer el destornillador. Se miró las manos. Sentía algo distino en ellas, eran como si nunca antes las hubiera tenido, como si fueran una parte nueva de su cuerpo que le acababan de crecer mágicamente. Fué al baño y se miró en el espejo. Estaba pálido. ¿Qué me pasa en las manos?
Una vez que comprendió lo que le había sucedido, se dirigió impaciente al placard. Revolvió desprolijamente hasta llegar a esa guitarra que guardaba desde adolescente.
Por suerte se acordó como se afinaba. ¿Cuánto hacía que no tocaba? Perdió la cuenta: más de diez años, seguro. Sin embargo, lo que sospechaba sucedió. Tímidamente colocó los dedos allí donde vaya a saber quíén le dijo que se ponían. Su mano derecha atacó cada cuerda con presición. La izquierda, viajaba incontrolable por el diapasón, con una precisión de relojería. Las pausas, los ataques, los silencios, las estiradas hasta el infinito, todo era perfecto. Primero Layla. Después, Bad Love. ¡Un blues, eso, un blues! "Ya se, el de la bahía de San Francisco" No habia dudas. sus manos, su cerebro, él, ¡qué diablos!, era Clapton.
Pasaron varios días, y no se animó a contarselo a nadie. Se compró todos los discos que pudo de Eric Clapton (o de él, ya no sabía) y se encerraba a tocar. Había infinidad de temas que no conocía. Sin embargo, en cuanto empezaban a sonar las primeras notas, él ya lo conocía, ya sabía como seguía, los solos, el final, todo. Incluso los discos en vivo, con versiones modificadas, todo, estaba registrado.
Algo había que hacer con eso. No podía ser Clapton, y seguir viviendo en Villa Crespo, trabajar en Liniers y ganar 600 pesos por mes. Se compró una revista de rock para jóvenes. Buscó en los clasificados. Había uno que lo hizo sonreir: "Busco guitarrista onda Clapton". Llamó por teléfono y concretó una cita.
Era la casa de uno de los chicos del grupo. Estaban todos, y el más grande tenía como mucho 19 años. Por eso comprendió la cara que pusieron cuando lo vieron entrar: era un anciano. Y menos mal que no trajo su guitarra: hubiera provocado una epidemia de risa incontrolable. Cuando se dispusieron a escuchar, todos contaban con alguna sonrisa en los labios.
El sonido de la guitarra rajó el silencio como preciso bisturí. La tensión y la ansiedad se trocaron en un bálsamo gracias a aquellas notas. Como Clapton, claro. Igualito a Clapton. Los pibes no podían pedir nada más.
Al cabo de dos meses ya tocaba todos los fines de semana en bares y clubes, arrancando aplausos y gritos incontenibles del público. Hasta que apareció un tipo que le dió una tarjeta y le pidió que lo llame. El resto fué solo rutina. Grabó un compac solista (le costó despedirse de los chicos), llenó 3 Obras, apareció en revistas, programas de música, y hasta escucho un comentario que hizo de él un conductor de la MTV.
Cada tanto se acordaba de aquel día que estaba arreglando el velador de su vieja casa y pasó aquello que hizo de él este híbrido de hoy en día. Sintió que tenía una deuda con alguien, y decidió ir a saldarla.
Aprovechó que faltaba una semana para la próxima gira por Latinoamérica y organizó todo lo necesario como para realizar un viaje a Londres. No fué fácil acceder a él. Su meteórica trayectoria lo ayudó un poco, pero si sos un sudaca, es muy difícil que te den bola en ese circuito. Fué a un recital que daba en Manchester ; contaba con la promesa de uno de sus representantes de tener una entrevista al final del concierto. Durante el recital permaneció perplejo ante la presencia de ese tipo que ahora era él, o al revés, por lo menos sus manos lo eran, y no podía imaginar como sería el encuentro. ¿Qué se imagina este cristo que yo puedo hacer lo mismo que él en el escenario, pero que sigo siendo Anibal Lombardo, de Villa Crespo? ¿Cómo le explico que yo sólo tiré una frase al aire, sin ninguna intención, y a partir de ahí me convertí en esto que soy ahora? (¿Ya no soy el mismo?)
Cuando al fin se encontraron Clapton lo miró en silencio, le tendío la mano, lo saludó en español y lo invitó a sentarse. Trató de explicarle lo más racionalmente lo que le había sucedido, temiendo ser tomado por loco. Ahí descubrió también que hablaba inglés. Clapton lo miraba, lo escuchaba atentamente y no parecía asombrado.
Al final de la charla, Anibal ya habia perdido su calma inicial; en realidad estaba bastante desencajado. Se tomaba la frente, le tem-blaba la voz, sudaba... Toda la angustia parecía estar puesta en ese último momento, en esas últimas palabras que estaba dirigiendo a Clapton: "¿Te dás cuenta que ya no soy más yo? ¡Todo el mundo me pide temas tuyos, me identifican con vos, pero yo no soy nadie, dependo de tu historia, de tus discos, de tu creación! ¡Cómo hago para mirarme al futuro y decirle a la gente: 'Yo no soy Clapton, soy Lombardo. Lo que pasa que me tocó la varita mágica y ahora toco como él'! ¿Te imáginas cómo me siento yo ahora?"
Eric Clapton prendío un cigarrillo, tiró el humo al cielo, se acercó y le respondió en voz muy baja: "¿Y cómo te crees que me siento yo desde que me llaman Dios?"
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