lunes, 25 de octubre de 2010

La escalera de Jacobo



Adrian Lyne es un director británico con un gusto particular para encarar sus proyectos. Proveniente del ámbito publicitario, su primer largometraje es de 1980, y su último trabajo, el octavo, es del 2002. Ocho películas en veinte años puede parecer poco para la gran industria, pero repasando los títulos, se puede apreciar que Lyne gusta de dar que hablar con lo que muestra.

El musical Flashdance, Nueve semanas y media, Atracción fatal, Propuesta indecente, Lolita, son sus hitos más salientes, y en gran parte de ellos nos hemos detenido seguramente en alguna charla con amigos de sábado a la noche. Lyne se inspiró durante sus inicios en los trabajos de la nueva ola francesa, con Godard, Truffaut y Chabrol a la cabeza. Mucho de ese ambiente intimista que se respira en sus films vendrá seguramente de allí, y en este trabajo suyo La escalera de Jacobo, se disfruta gratamente gracias a la apoyatura técnica que aporta el excelente trabajo de Tim Robbins. Un actor que brilla como los dioses en los papeles más tortuosos y compuestos con el solo poder de sus imperceptibles gestos (ver La vida secreta de las palabras, un verdadero poema).

Jacob (Tim Robbins) es un veterano de Vietnam que carga con un estrés post traumático. La película se inicia con una secuencia en medio de la selva, en la que un grupo de soldados se encuentra en un momento de descanso, y de pronto sucede un ataque. El resto del film transcurre en su ciudad, Nueva York. Jacob se siente perseguido por criaturas, le cuesta distinguir entre realidad y sueños, tiene pesadillas por las noches. En ellas, Gabe, su hijo más pequeño fallecido en un accidente (Macaulay Culkin, que extrañamente no aparece en los créditos) se le presenta. Jacob vive con una mujer, Jezzie (Elizabeth Peña) que no es la madre de sus hijos. Juntos trabajan en el sevicio de correo.



Nada le hace fácil la vida a Jacob. Los recuerdos de la guerra y los demonios que lo persiguen le golpean constantemente. Sólo algunos oasis en el camino: momentos de pasión con su mujer, o las sesiones de masajes para reparar su espalda que le brinda su kiropráctico y amigo Luois (Danny Aiello). Luego contactará con un grupo de veteranos, compañeros de pelotón en Vietnam.

La cámara de Lyne capta un tono intimista y opresivo sumamente preciso, tanto en las escenas de interior como en la compleja metrópoli. Las visiones son recreadas con efectos especiales de gran sutileza, que no desentonan en lo más mínimo con el carácter de estilo de la película.

Hay dos detalles a observar. En algún momento del relato, se repiten en off diálogos anteriores, una técnica propia de un cine que siente que debe explicarle la película al espectador. Producto del medio en el que se mueve este tipo de trabajos, o quizás cierta norma impuesta desde la producción, estos momentos demuestran una pérdida de fe en quien está mirando la proyección, quebrando parte de la mística que debe darse obligatoriamente entre las dos partes que componen el efecto del cine. La placa aclaratoria del final, a modo de epílogo, completa la desazón anterior. Una pena para las dos horas muy buenas que veníamos pasando.

Imdb: http://www.imdb.es/title/tt0099871/

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