martes, 19 de agosto de 2008

Los riesgos de la belleza




Descubrí a Scarlett Johansson en la película Perdidos en Tokio, allá por 2003. Si bien como a muchos me cautivó su belleza y figura, también me sedujo su pose de niña frágil, su cara lavada, y su postura algo adolescente, como de desgano y despreocupación. Posteriormente la encontré en sus otros trabajos, y allí confirmé esta sensación inicial que sobrepasaba las supuestas exigencias del personaje de aquel film. Scarlett brillaba, básicamente por su sencillez y soltura.

Luego llegó la fama, con Woody Allen incluido, y el momento para empezar cosechar algo de lo sembrado en estos últimos quince años. Entónces Scarlett decide sacar un disco.

Hasta aquí la historia carece de sorpresas: no es la primera vez que una muñequita de hollywood cierra el combo con una actividad extra como la música, aunque esta vez el resultado es bien diferente.

Por empezar, la elección de versionar a Tom Waits puede parecer algo pretenciosa para un debut. La otra opción es creer que a esta chica le gustan los riesgos, y resulta ser que a poco de escuchar el disco uno se da cuenta que es justamente allí donde radica su valor, en contar con la actitud necesaria para afrontar tal riesgo.

Actualmente el valor más preciado parece ser la actitud. Se puede carecer casi absolutamente de todo menos de actitud, y por otra parte, funciona casi como un comodín que justifica cualquier esperpento: “la actitud es todo”, se dice por ahí, como intentando suplir el resultado que los años y el trabajo generan en las cosas y las personas. Sólo que en la bella Scarlett la actitud no es ninguna excusa.

Su voz sale tan lavada como su rostro en la pantalla, sin los ajustes ni modulaciones que aplicaría un cantante formado en la academia. Posteriormente la técnica del estudio se encargará de agregar los efectos adecuados como para conformar la estela de magia necesaria. Cantar bien (cómo lo que entendería un profesional o docente en la materia) es un detalle que ha quedado fuera de protocolo hace años, sino que se lo digan al mismísimo Tom cuando compuso estas canciones. Scarlett hace agua en los registros graves y le cuesta mantener el tono en algunos pasajes, pero el espíritu de este disco pasa por otro lado. Se trata más bien de dejarse cautivar por el sonido envolvente, casi hipnótico, muy emparentado con el lo-fi que nos propone Anywhere I Lay My Head, algo así cómo “Dónde sea que apoye mi cabeza”

La bella Scarlett camina por la cuerda sin preocuparse cuánto se tense. Pudo haberse acomodado en el confort de un disco pop con algún hit de difusión compuesto para el caso, pero decidió el viaje más complicado: suerte para nosotros, que podemos disfrutar de un paseo musical que no somos capaces de intuir donde acaba hasta que lo hace.

Hasta hay regalitos: David Bowie le hace los coros en un par de canciones, e Ivo Watts-Russel (fundador del sello alternativo 4AD, productor de grupos como Cocteau Twins y This Mortal Coil) aparece como parte del equipo.

La bella Scarlett no es cantante, es actriz. Su disco hay que verlo, es mucho más que una experiencia sonora. Hay texturas, capas, aromas, mucho para deleitar, pero no desde los manuales de estilo. Este disco se escucha con otra parte del cuerpo.

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