Parte 1: Espacio Público
Helsinki, Finlandia.
“En esta ciudad se juntan cinco locos, te cortan la calle, y te arman flor de lío [caos] de tránsito. Encima la policía no hace nada, ¡nadie hace nada! Con esto de los derechos humanos ahora cualquier hace lo que quiere…” (Testimonio de un militante de MPP)
En el artículo 13 de la constitución de Finlandia, se lee:
"Toda persona tiene derecho a organizar reuniones y manifestaciones sin permiso, así como el derecho a participar en ellos.
Toda persona tiene la libertad de asociación. La libertad sindical implica el derecho a formar una asociación sin permiso, de ser miembro o de no ser miembro de una asociación y participar en las actividades de una asociación. La libertad de formar sindicatos y organizar a fin de velar por los intereses de otros es también garantizado (…)" (Más aquí)
Uno de los conceptos con los que más insiste el estado es el del respeto al espacio público. En Finlandia el lugar común pertenece a todos, a la vez que en nombre de esta libertad, nadie puede hacer lo que quiere, entendiendo por nadie, exactamente eso: nadie. Nadie, además de las ciudadanos de a pie, son las corporaciones, los industriales, los comerciantes poderosos o no, el estado mismo. Al igual que en Noruega, la naturaleza toda es considerada como espacio público, y el libre acceso y el derecho al paseo, por ejemplo, están protegidos por la ley o el “derecho a todo hombre”.Toda persona tiene la libertad de asociación. La libertad sindical implica el derecho a formar una asociación sin permiso, de ser miembro o de no ser miembro de una asociación y participar en las actividades de una asociación. La libertad de formar sindicatos y organizar a fin de velar por los intereses de otros es también garantizado (…)" (Más aquí)
Existe una regla no escrita que tiene que ver con la distancia personal. Nos ha sucedido de estar haciendo alguna fila para esperar el turno de ser atendidos, y notar que quien estaba delante nuestro mostraba cierta incomodidad por nuestra cercanía a su espalda. Tras un par de experiencias similares, supimos que los nórdicos establecen una suerte de medianía mínima que no son gustosos de compartir, calcule más o menos medio metro. Si se cruza esa raya, no es que vaya a pasar nada, pero uno nota que hay en el otro un sentimiento no confortable. Son cuestiones culturales, tal vez los latinos somos más afectos a los amontonamientos por lo mismo que somos más ruidosos, bulliciosos, y en cierto modo, más propensos a mostrar los afectos que ellos. Pero la anécdota no pasa por la distancia mínima, sino la máxima. Si bien la propiedad existe y es claramente visible, en Finlandia, por ejemplo, nadie puede impedir a otro instalarse en un terreno ajeno, siempre y cuando no se obstruya o vulnere la intimidad de las personas. Si de naturaleza se trata, nadie puede impedir que uno se interne en un bosque o espacio, por más privado que sea, para por ejemplo, pescar o navegar por un lago, siempre y cuando no utilice propulsión a motor, en este caso. No se trata de invadir la piscina del propietario, esta claro. Pero sí de tomar frutos de un bosque, practicar pesca de características deportivas, escalar, esquiar, nadar en las aguas, acampar, y muchas etcéteras más. Propiedad privada y (no versus) derechos humanos.
Estocolmo, Suecia.
En Suecia existe una cultura de la sobriedad en todo sentido. Nomás al llegar, y estando en pleno centro de Estocolmo, asombra el bajo nivel de ruido ambiente, en comparación con nuestras urbes latinas. Bocinas, escapes, aceleradas, alarmas, todos estos elementos son ínfimos o casi inexistentes, cómo así también el exceso de iluminación. No se trata de una ciudad a oscuras, sino iluminada sobriamente. “Claro, al no haber inseguridad, no necesitan tener todo tan iluminado. Acá si no ponés una luz en la puerta, te puede estar esperando cualquiera cuando llegás a tu casa”, proclama presto un comando de MPP. Si, las calles se ven seguras, aún en el desierto que puede conformar una fría noche de invierno. Pero no toda la luz está pensada para desenmascarar los mismos ilícitos.
Mi padre, experimentado comerciante de toda la vida, una vez me explicó que un negocio vende más si está bien iluminado. La gente (ese amorfo colectivo maleable a gusto y piaccere) entra a un comercio bien iluminado, y se siente más propenso a consumir, mientras que la penumbra tiende a deprimirlo y a escapar. La iluminación que no abunda en Estocolmo no es la de las luces automáticas que se penden al paso, sino la de las marquesinas y avisos publicitarios, fuertemente reguladas y limitadas. En el centro de la ciudad no hay que hacer grandes esfuerzos para ver el cielo, y el límite son las casi omnipresentes nubes del invierno, no los cables o los avisos de empresas multinacionales, invadiendo el espacio visual a mansalva. Como buen turista corto de divisas en un país caro, era común frecuentar los locales de comida rápida en búsqueda de una bebida caliente. Para identificarlos en una calle céntrica, la estrategia era mirar al horizonte en pos de un logo que los identifique. Fue entónces, en Helsinki, que observé que los carteles de los negocios no sobresalen de las fachadas, con lo cual uno sólo alcanza a ver lo que tiene cerca, o a lo sumo, los de las veredas opuestas. Cuando le comenté este detalle a una finesa con la que entablé contacto y que conocía la Argentina, afirmó que estaban prohibidos, y que solamente se podían instalar letreros o anuncios con un permiso especial y apenas por algunos días. Señalando a la otra calle, puso como ejemplo unos estandartes que estaban anunciando una muestra… en el museo municipal. El mundo capitalista existe, pero no tan salvajemente.
Presentación
Parte 2: Horarios
Parte 3: Bicicletas
Parte 4: Pueblos originarios
Parte 5: Salud y educación
Conclusión
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