La sonoridad te desnuda.
El otro, siempre presente. La vida artística de Julieta Sosa, como la de muchos, está plagada de otros. No tantos, algunos pocos, pero importantes, constitutivos.
- Yo llego a Hurlingham del lado de la música. ¿Sabías que Hurlingham tiene los árboles más bonitos del Oeste?
Además de las bandas, el agite y la cerveza. Empiezo a pensar que esta ciudad tiene dentro una argentinidad al palo propia.
- ¿Cómo es que te dio por dedicarte a la música?
- No hay un gen musical familiar. Mi abuelo tal vez fue guitarrero, pero no hay mucho registro fiel. No sé cuál podría ser el origen de mi relación con la música, sí sé que fue una búsqueda de relacionarme con gente que hiciera música y de la cual yo pudiera aprender. Yo nací en Laferrere, La Matanza, y ya desde niña empecé a cantar. Siendo adolescente le dije a mamá que quería ir a estudiar para aprender bien a cantar, y ella, muy sabiamente, me llevó al conservatorio, pues consideraba que ese era el lugar para aprender. Así que me llevó… ¡al conservatorio Nacional, ni más ni menos! Arranqué, con la formación clásica que se imparte allí, hasta que mi curiosidad me llevó a buscar algo en mi idioma, algo que pudiera entender, sobre todo porque yo no había escuchado esa música en casa, en casa se escuchaba rock nacional, básicamente por mis hermanos mayores. Arranco con el folclore a los quince, porque el papá de una amiga de la secundaria, el santiagueño Ramón Pochi Carrillo, siempre me pedía que cante alguna canción de un cancionero de Los Carabajal que tenía.
Julieta recuerda las canciones, y cómo de alguna se olvida el nombre, la canta un poquito, y ahí uno se encuentra cara a cara con la belleza. Su voz es pura y cristaliza como agua de montaña, y con una enorme variedad de matices.
- Pochi Carrillo le escribe una chacarera llamada Corazón de Quebracho a Roberto Benavidez, un tallador de madera de La Banda, su ciudad natal. Él me invita a cantarla a un festival que había en esa ciudad, y el artesano, ahí presente, me regala una talla de madera que me dedica. En ese festival escucho que hay una banda de Hurlingham, un lugar al que yo sólo conocía de nombre. Ellos hacían folclore, pero no tan tradicional, estaba bueno.
¿Qué significa que estaba bueno? Tal vez para alguien que no viene naturalmente del folclore esa bondad representa la cualidad necesaria como para hacerle un sitio en el área de los afectos, aquello en lo que se encuentra una valía, no un parámetro calidad únicamente.
- Ellos hacían una fusión de rock y folclore que yo percibí como diferente, y a partir de allí fue que comprendí el transitar de artistas como León Gieco, Pedro Aznar y Mercedes Sosa por esos senderos. En ese momento, en esa ciudad de Santiago del Estero, yo me cruzo por primera vez con Sebastián Pacheco. Hoy con él tenemos un hijo, que se llama Santiago, como el lugar que nos encontró.
Carrillo, Pacheco… Los primeros otros que fueron dando forma a la criatura. La adolescente que por mandato social debió haber cantado rock, pero que por el padre de una amiga cantó folclore en un festival en La Banda en el que conoció a un músico que hacía algo de rock, y con quien años más tarde formaría una banda y tendrían a Santiago. Ahora entiendo algunas canciones de amor.
- Como sea, en aquel momento yo todavía no podía fusionar el folclore con el rock, o con el tango, todos esos géneros eran compartimentos separados
- Por ahí faltaban paradigmas.
- Exactamente. Sabía que había un camino emocional, que era por ahí. Para ese entonces dejo el conservatorio Nacional y empiezo a estudiar música popular en Avellaneda.
La vieja discusión si la enseñanza clásica aporta el saber académico fundamental a base de repetición y fuerza bruta, cómo si al músculo no hubiera otra forma de educarlo que dándole y dándole hasta que aprenda. Un debate más viejo que el agua tibia, al que si gusta de aportar puede darle clic ahí debajo en el grifo izquierdo dónde dice Comentarios.
- En Avellaneda la forma de abordar el canto era distinto. En el Nacional era mucho más rígido físicamente, de afuera hacia adentro de mi cuerpo. Hay que ponerse así, pararse así, todo de una manera que funcione. La búsqueda es el resultado. Cuándo conozco otros métodos de canto, descubro que en realidad el resultado viene de adentro hacia afuera, es mucho más orgánico. El cuerpo debe acompañar la vibración del sonido, de ninguna manera el canto es estático. De todos modos no soy fundamentalista, la curiosidad me permite valorar todo. Pero de ninguna manera pienso al canto como algo estático, al contrario, es movimiento puro, la vibración interna hace que así sea.
- ¿Esto hace que una canción no sea la misma cada vez?
- Nunca. El arreglo y la forma puede ser, pero la versión no. Cada vocalización es distinta, cada vez que tomás aire habilitás diferentes músculos. El nivel de deporte en la música es elevado.
- Para tocar bien un instrumento era fundamental la cuestión de entrenar el músculo; por supuesto que hay otros componentes, pero la base estaba en el deporte, usando tu concepto. Pero con la voz, la naturaleza tiene que hacer lo suyo, sino no hay gimnasio que alcance.
- La sonoridad te desnuda. Vos podés vestirte como quieras, pero a la hora de cantar, la voz te expone; te expone por tu historia, por lo que te pasa, por tus emociones. La forma que pienses determinadas cosas, el vínculo e historias que hayas construido con las personas, tu juego de valores… Todo eso que te va formando como ser humano, todo lo que vos creas de las cosas, se ve cuando cantás. Si vos ya das sentado un tango como arrabalero, le ponés esa etiqueta, tomás aire, apretás la mano y clavás la nota. Eso es un estigma que te aleja de lo que vos estás sintiendo cuando cantás esa frase.
- ¿Cómo es cantar una canción festiva en un día en dónde estás triste?
- La protagonista siempre es la canción. Lo que buscamos es ser el vehículo de la canción y no que la canción lo sea de mi ego. Yo debo hacer que la canción vibre por sus valores propios, su letra, historia, armonía, etc. Mi búsqueda particularmente fue por ahí. Y en ese momento desaparece cualquier incomodidad, esto seguramente le pasa a cualquier artista, todo se eleva sobre el escenario.
Sea cual sea la explicación que me den, nunca llego a convencerme del todo, y siempre acabo en la misma: que esto que sucede con algunas voces es lo que técnicamente se denomina magia. Y arriba, todo el estudio y trabajo profesional que se le pueda poner, pero ahí los dioses metieron mano, a mí no me la cuentan. Volvamos a la historia.
- Había empezado a trabajar como telemárketer, con el aparatito en la oreja un montón de horas por día. Voy a rendir un examen en el que siempre me sacaba buenas notas. Mi profesora me dice: "Estás como agotada, ¿en qué estás trabajando?" Y le cuento. "No, no…", me dice. "A partir de ahora vas a empezar a dar clases de canto". Yo tenía 21 años. Me reí, ¿cómo iba a dar clases de canto? Ella sostenía que tenía todas las herramientas para hacerlo, y lo único que me pidió es que no le mienta a mis alumnos. Mi profesora de canto, una genia. Ella me animó a dar clases.
El universo de los otros de Julieta Sosa se va completando con su profesora de canto de entonces, Marina Rama, hoy además una reconocida cantante de jazz.
- Entre tantas cosas, ella me enseñó y transmitió mucha seguridad, que es lo que yo busco de dar a mis alumnos, a no tener miedo. Y ya llevo casi veinte años dando clases. No terminé la carrera en Avellaneda, la estoy terminando ahora, a otro ritmo, pues Santiago tiene 13 años, y debo repartirme con su padre en las tareas de la familia.
- ¿Y cuándo empezás a cantar en un grupo?
- Cuándo dejo de cantar con Pochi, empiezo con un grupo de folclore bien tradicionalista, dos guitarras y un bombo, de allí de La Matanza. La banda siempre llevó mi nombre, Julieta Sosa, y el repertorio venía de la mano de Pochi, súper santiagueño. Pero a mí me generaba mucha curiosidad la música de otras provincias. A ellos, muy ortodoxos, no los movías de su lugar.
- ¿Es ese momento en el que aparece el folclore más melódico, con los grupos masculinos?
- Sí, y la vuelta de Soledad (Pastorutti), la aparición de Los Nocheros, más o menos para el '97. Por supuesto que me influenció, absolutamente. Era un género que estaba adormecido y resurge, con una niña de mi edad, era muy referencial, La Sole. También estaba Tamara Castro.
El devenir del primer grupo de folclore tradicional de Julieta Sosa siguió los andariveles de lo tradicional.
- Con mi grupo habíamos hecho las nueve noches de Cosquín, las peñas callejeras. No teníamos mucha información, mi papá dijo: "¿Qué hay que hacer? ¿Ir a Cosquín? Se van para Cosquín." Nadie nos había invitado a ningún lado, pero íbamos igual, nos inventamos una gira. Papá llevó a todos los músicos, mi familia me acompañó, siempre. Cuándo mis inquietudes musicales me llevan para otros sitios, mis compañeros empezaron a advertirme: "Ojo, que si te movés de ese círculo, te estás yendo del folclore." Yo escuchaba a Spinetta, y eso para ellos no tenía nada que ver. Yo estaba claramente creciendo, y ellos no se estaban dando cuenta. Allí grabamos un disco, (un casete en realidad), en La Matanza. Hay un par de canciones de esa época de cuando estuvimos en un programa que se llamaba Argentinísima, que conducía Julio Márbiz.
Sírvase el lector ir a la internet y buscar estos videos, pues es un documento ver a una jovencísima Julieta Sosa secundada por su trío folclórico, ya mostrándose dueña del escenario y de una voz que con los años no ha parado de mejorar en calidad e interpretación.
- Seguime contando la historia.
- Al año siguiente, en un pre Ayacucho, nos volvemos a cruzar con Sebastián. A mí me encantaba el estilo de lo que hacían. Además, ¡tenían un piano! Era mucho más armonioso, no me resultaba tan violento como lo que hacíamos nosotros. En verdad, lo que pasaba era que lo yo estaba haciendo no era lo mío. En aquél certamen, ellos concursan como conjunto folclórico, y yo como solista. Ese reencuentro consolidó una conexión importante, pues yo ya me sentía mucho más cercana a lo que estaban haciendo ellos. Sucede que me llama su representante para tocar en una peña, pero no había presupuesto para pagarle a mis músicos, así que dije que iría sola. Me dicen que no me preocupe, que algunos de los chicos de la peña me iban a acompañar. Y esos chicos eran ellos. Así fue que comenzamos a tocar con Sebastián y con Ricardo Streule, que es mi actual pianista y con quienes, en mayo del 2020 cumplimos veinte años de la primera vez que tocamos en vivo.
- ¿Ese es el inicio del actual grupo?
- Sí. Nos juntamos a ensayar y empezamos a tocar juntos. Sebastián y Ricardo medio como que dejaron su antiguo grupo. En verdad, ellos también estaban en una búsqueda de algo nuevo, y encontraron en mí algo de eso. Posteriormente, Ricardo convoca a un par de amigos de su conservatorio, el Esnaola. Son Leandro Brignone en vientos y a Leandro Polisano en percusión. Salvo Sebastián, que tenía 24 años, el resto no pasábamos de los 19.
- ¿Cómo fueron esos inicios?
- Yo ya percibía que lo que hacíamos tenía otro vuelo. Su forma de tocar se emparentaba mucho mejor con mi manera de cantar, que no era tradicional. Yo estaba más influenciada por el sonido del rock, aunque nunca lo hubiera cantado.
- Esto sucede en un momento en el que el rock se vuelve más conservador y el folclore más rupturista.
- Sí, tal vez después el folclore se abre por demás, toma mucho más vuelo, y creo que está bien que así sea. Nosotros seguimos con lo nuestro, y al poco tiempo ganamos el festival pre Jesús María, en Córdoba y también fui revelación en el festival de La Sierra, en Tandil. Todo fue muy junto, tenía 21 años.
- O sea que tu profesora te anima a que te pongas a dar clases y vos vas y le ganás un festival…
- Se ve que me motivó bien… (risas)
Existe un registro discográfico de ese entonces, en formato casero. Fueron tiempos de tocar y tocar, de mostrarse, de hacerse oír. En medio de una entrevista que le estaban haciendo en la trasnoche de Radio Nacional, suena el teléfono de la emisora. Era una agente de prensa que manejaba a varios otros artistas del género, y que buscaba contactarlos. Corría el año 2001.
- Tuvimos una relación un tiempo con esa representante que nos implicó hacer una pausa en los recitales para grabar un disco en el estudio de León Gieco, que contó con la producción de Tilín Orozco, con invitados como Tomás Lipán, Franco Luciani y Raúl Carnota. Fue un encuentro con referentes. Vincularse con músicos que tienen trayectoria y carrera no te da otra cosa que aprendizajes.
Julieta es muy cuidadosa con los nombres propios.
- Nunca fue lo mío hacer amistades por conveniencia, nunca me hubiera acercado a nadie pensando que me convenía. Sí me pasaron cosas hermosísimas con estos artistas, como que por ejemplo, la intención de la productora era que Carnota tocara un día y nosotros otro, pero cuando nos encontramos con Raúl, él dijo: "No, vamos a grabar juntos. Con lo único que vos te vas a quedar de este momento es que cantemos este pedacito de canción juntos." En definitiva, siempre le di privilegio a la relación con las personas que al resultado comercial que pudiera surgir del encuentro. Nunca fui tan ambiciosa con lo comercial.
- Entiendo que en algún momento puede haber un punto de inflexión, y un artista debe hacer cálculos de qué es más lo que le conviene…
- En un momento buscamos tocar en diferentes lugares, y vimos que la gente se movilizaba para ir a vernos. Entonces paramos y dijimos: cien personas allá es lo mismo que cien personas acá, así que decidimos empezar a tocar más cerca de dónde vivíamos. Fueron momentos, lo que nunca hicimos en estos veinte años fue dejar de tocar.
- Más tarde se independizaron.
- Sí. Romper el vínculo con la productora fue un estrés importante, hay bastante papeleo mediante y pasos que cumplir. Sebastián se va de viaje a tocar con Leandro, y a su regreso en 2011, grabamos un disco de manera independiente, siempre en el estudio de León, que se llama En mí.
- ¿Cómo fue ese disco?
- Es un baúl de canciones. Hicimos con Sebastián cada uno por separado una lista de canciones que reflejaban esos 10 años juntos. En las que coincidimos son las que quedaron en el disco. En la gráfica hay un baúl con objetos que reflejaban esos diez años: un ponchito que me habían regalado en un festival, el cuadrito con el premio, y algunas fotos de nuestro hijo Santiago.
- ¿Cómo es trabajar con tu compañero de vida?
- Nos miramos y nos entendemos, tenemos mucha suerte. Pudimos atravesar la barrera de lo cotidiano, que a veces cansa, y entender que eso era simplemente convivencia. Siempre nos sentimos cómodos trabajando.
Sebastián Pacheco tiene una relación particular con su guitarra. No habla con ella, como se dice poéticamente por ahí, ni tiene un trato que pase por el lado de lo masculino-femenino. Yo me animaría a decir que él con la guitarra se pone de acuerdo. Son claramente dos almas separadas que negocian al momento de la canción el sendero a transitar. Ella pone el cuerpo sonoro, él conduce, acompaña. Y no nada mejor que tener al lado al mejor compañero.
- ¿Les gusta el estudio como un ámbito de experimentación, o van a grabar con todo el material preparado?
- Somos de ir a grabar con todo pre-producido. Es más una cuestión de presupuesto; todo lo que sea laboratorio se hace afuera. Yo disfruto más el vivo que el estudio, la adrenalina es completamente diferente, no llego a reflejar nunca en el estudio lo que me pasa en el escenario.
- ¿Entendés que la grabación estándar de un disco sigue teniendo vigencia, o el formato digital a través de las redes es lo que cuenta?
- Hoy no sé si existe el tiempo como para escuchar el progreso del primer al último tema de un disco como una idea musical general. Hay que adaptarse, a algunas cosas nos adaptamos más que a otras. Siempre fuimos independientes y autogestivos, así que vamos descubriendo por dónde hay que ir. Lo que no transamos es la curiosidad por ser libres. Nunca toleraríamos adaptar nuestro estilo a una cuestión de mandato del mercado.
Julieta, la preocupada por la independencia de las hojas de los árboles, la jefa de la libertad de sus canciones.
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