Mis cosas son las cosas de la gente.
Norma Lares nació en Hurlingham cuando todavía se llamaba Morón. "Nací acá", dice, y señala el piso y las paredes. "Acá, en mi casa".
- Era un barrio de 49 casas. El colectivo llegaba hasta Gaona y Vergara y la única que llegó a atender a mamá fue una partera. Siempre fuimos una familia grande, y la casa tomó las dimensiones de la familia. Vi cómo los cambios del lugar sucedían a mi alrededor. De pronto perdimos la intimidad del encuentro, porque nosotros hacíamos reuniones con los vecinos para cualquier fiesta en la calle, o en las casitas de los costados. Antes había una plaza redonda y se hacían quermeses y los bailongos. Ahora hay rejas por todos lados.
- ¿Venís de una familia de músicos?
- No, yo vengo de una familia obrera. Mamá era enfermera. Tuve un tío cantor, el negro, que cantaba tangos. Él me dijo que nunca cantara tangos, porque decía que yo tenía un ritmo interno que llevaba a toda la canción más lenta, un tono como más decidor.
- Capaz que hubieras sido una versión femenina de Goyeneche anterior a Adriana Varela…
- Quién te dice… Toda la vida canté, desde muy niñita. Mi intención era cantar ópera, me encantaba la ópera. Una docente músico del colegio me sugirió hacer algo más con la voz y vino a hablar con mis papás para ver si podía ir al Colón, incluso ella se ofrecía a llevarme. Mi padre, que era de otra cultura, pensaba que todas las que cantaban vivían de otras cosas, así que no me dejaron. Después siempre estuve con la música nacional y latinoamericana.
Hay mucho para hablar de música con Lares, pero ella no puede evitar transmitir lo que le duele en el pecho. Eso lo iré aprendiendo a lo largo de la charla: hay artistas que interpretan canciones sobre el escenario y hay personas que cuando cantan le explican a la gente con canciones lo que le pasa a la gente.
- Tenés un transcurrir extenso con esa canción, lo cual te valió de un importante respeto en el ambiente.
- Creo que tiene que ver con la coherencia. No se trata de ser obcecada, sino que cuando te duele tanto como va el país o el continente, buscás identificarte con esas voces que están acalladas y tomás lo que te dejan de su cultura para nombrarlos, que es lo único que se puede hacer desde un escenario. Mi parte militante normalmente está sobre el escenario. Un recital que armamos en las épocas más duras tenían que ver con aquellos poetas que peleaban por la libertad: Gelman, Alberti, Atahualpa, Armando. Íbamos a escenarios que podían ser muy grandes pero normalmente eran pequeños y peligrosos, porque no te permitían cantar. Era la forma de tomar conciencia de lo maravilloso que es ser libre.
Le consulto si eso sucede cuando los artistas se parecen a las personas que llevan dentro, aunque haya algunos que construyen personajes en el escenario que no se corresponden con la cotidiana. Replica:
- Eso yo lo siento como otra cosa.
- ¿Por eso lo de cantora y no cantante?
- Justamente. Yo canto con lo que tengo. Y a veces se trata de mucha tristeza o de mucha alegría. O estas cosas que tiene que ver con reconstruirnos para poder seguir buscando. Tomo muy en cuenta las palabras de nuestros viejos pensadores que decían que un pueblo triste no vence. Yo no soy un cascabel que anda llevando la alegría, pero sí podemos reconstruir la alegría mirándonos en el otro. Ni que hablar la esperanza que me dio el escenario donde el otro día apareció Cristina, aunque sea presentando un libro. Lo sentí como un acto de reconstrucción. Ahora tenemos a nuestros hijos que aún son jóvenes, o nietos; la duda de qué país le estamos dejando. Escucharla a la señora que ha pensado tanto en su pueblo, me dan muchas ganas de seguir.
- Que notable que un libro, que es un objeto de cultura sea tomado como un hecho político, justamente en ese templo de significado que es La Rural, y que sea una bandera, pues hoy ir en el subte con ese libro en la mano es una bandera.
- Es maravilloso. Su templanza también te va marcando un camino sin odios, sino de pura reflexión. Tené en cuenta que mi generación pasó por todos los odios y por todas las esperanzas que nos trajeron hasta acá. Cuándo pensamos que habíamos vencido, y de pronto aparece este gobierno, y vos decís: "¿qué pasó, dónde quedó todo el trabajo?"
Hay un momento particular de la historia reciente que aún le duele.
- Cuándo se sancionaron las leyes de impunidad, allí por fines de los '80, me pregunté: "¿Adónde fue mi canto?" No pude cantar por un tiempo, no me hallaba.
- Se argumentaba que en aquél entonces los militares seguían constituyendo un peligro para la democracia, y que esas leyes de algún modo eran la única manera de seguir adelante. ¿Cuál es tu mirada hoy de ese momento?
- Tal vez haya sido necesario, pero me quedaban muertos. Nunca pude entender que fuera justo, no me quedé conforme. Nosotros seguíamos buscando a nuestra gente y estos tipos andaban por la calle diciendo que si pudieran volver el tiempo atrás, lo volverían a hacer. A mí la falta de ese juicio me provocó una oquedad.
- Se mencionan los costos que implican o implicaron a esta democracia. Por suerte, hoy hay generaciones enteras que nacieron y se criaron en democracia. De todos modos, ¿tenés heridas más recientes de la democracia?
- Yo siento este estado de cosas como un fracaso. Me provoca todo un cuestionamiento. ¿Qué hice yo para que esto pase? ¿Fue un problema de la militancia? ¿Nos dormimos en los laureles? A veces pienso que cuando este gobiernos se vaya, nos vamos a encontrar con la mitad del país y que el resto está vendido.
- ¿Vos te hacés cargo de eso? ¿Te recriminás a vos misma no haber hecho algo?
- Sí, y en alguna mesa de cultura pedí esa autocrítica, creo que es necesaria; por eso cuando la escucho a Cristina hoy mencionar sus errores, me da cierta calma, aunque yo me refiero más a la militancia. En un tiempo me pidieron militar en la calle, para la ciudad de Buenos Aires. Pero en realidad me convocaban para participar en eventos. Y yo quería ir a hablar con la gente, participar casa por casa.
- Entiendo el lugar del militante, pero vos sos una representante de la cultura. ¿Cómo es la militancia desde la cultura?
- Cuando subí al escenario les dije que más allá del resultado a la gente hay que ir a buscarla a la casa.
- ¿Porqué la autocrítica es algo que siempre se le pide al progresismo y no a la derecha?
- Creo que veníamos de una ausencia de cuadros políticos. Ahora por suerte han resurgido, veo muchos jóvenes que vienen a mi casa y entonces digo: "Este va pintando como cuadro político, está preocupado por la realidad, qué bueno." Eso yo antes no lo veía. Es una construcción en telaraña. Ahora, ¿por qué tenemos que ser impolutos? No lo sé, la verdad. A Horacio Guarany le criticaban no sé cuántas cosas, y él contestaba: "Yo soy comunista, no soy boludo."
A Lares la sigue mortificando la situación actual.
- ¿No ves el presente como algún tipo de tránsito por el que esta sociedad necesitaba, algo así como una enseñanza por la que había que pasar?
- No, esto ya estaba escrito. Lo hablé en una oportunidad con Jozami: cuando un pueblo está bien, vota mal. Cuándo un pueblo está mal, vota bien. Y había una parte de mí que me decía que esto iba a pasar. Los espejitos de colores son una construcción cultural.
- ¿Y cómo se destraba eso?
- Me hago siempre esa pregunta: ¿cómo deconstruyo esto, que parece ser un legado? ¿Cómo era que yo sabía que iba a pasar. Porque siempre pasó.
- Este país también tuvo anomalías…
- Ya, pero ahí es dónde mi canto es más flojo. ¿Cómo construyo para decirle a este: "mirá que vas a perder todo…"? Me entra un poco de bronca con esa gente. Gente que antes tenía algo y hoy no tiene nada, producto de la gran falta de clase. Gente laburante de toda la vida, ¿cómo no pudo darse cuenta cómo iban a ser las cosas? Ahí te das cuenta como operaron los medios en la cabeza de las personas. Por eso creo que el trabajo es netamente cultural. Pero no se trata solamente de ir a cantar y decir: no, esto no es así. No, es una reeducación completa del hombre, pero ¿cómo lo hacés?
Y entre mate y chipá, de pronto aparece el tema de la batalla cultural.
- García Linera cita a Gramsci cuando decía que la victoria política requiere de una victoria cultural previa, y esa batalla se da en todos los espacios: en el trabajo, en los medios, en la forma de expresarnos, en las series que miramos, etc. ¿Cómo ves instalado este discurso hegemónico en la comunidad artística?
- Vos fijate los repertorios que se manejan: todo de fiesta. Hoy ya no tanto, gracias a Dios. Hay algunos cantantes que dónde podemos, convocamos y decimos nuestras cosas. Por eso me encanta hacer cantar a la gente. Abajo del escenario soy de perfil bajo, trato de desaparecer. Arriba del escenario es mi casa, y en mi casa trato de convocar las miradas y de pensar juntos; esto dura lo que dura una canción, tres minutos. Un viejo conocido pensador del partido comunista un día me dijo: "Subiste al escenario y me hiciste replantear por qué dejé la lucha." Está bueno eso.
- Algo habrás puesto para eso…
- Es el convencimiento, me encantaría poder llevarlo a lo cotidiano. Pero deconstruir para volver a armar, ni la Diosa Kali lo logra así de fácil. Porque hay que romper para volver a armar, culturalmente hablando, porque son años y años de estar formada así.
Ese día que Lares le hizo cosquillas al alma de un intelectual, defendió con éxito su tesis para doctorarse en artista popular. Sonó un par de veces el término deconstuir.
- ¿Cómo ves el momento que están llevando adelante las mujeres?
- Yo creo que este momento tenía que llegar, aquella que pudo sobrevivir ha logrado un lugar importante en la historia. ¿Cómo me siento? A veces debo vencer la costumbre, hay cosas que parecen fuertes, yo no sé si las diría. ¿Pero están mal? No, para nada están mal. Todo eso es necesario, necesario y urgente.
Volvemos a la música, ese lugar donde Norma Lares brilla con luz única. Yo la conocí hace unos años de la mejor manera: sobre un escenario en una peña en club de barrio. Me impactó fuertemente su profundidad interpretativa. Ahora, tras la charla, y sabiendo más de su vida y de su historia, percibo en sus canciones esa traza, como así también el porqué de cada cadencia, silencio o ronquido de su voz.
- Vos cantás canciones cuya letra ya está dada, al igual que su partitura. Pero la interpretación es lo que la hace única. Eso no se enseña en ninguna academia…
- Eso es dejar ser. Es que la palabra cobre su sentido. No elijo cualquier tema, elijo aquellos con los que me voy identificando en cada momento. Yo no sé si yo busco al tema, o nos encontramos así por accidente y nos pertenecemos. Y la palabra va cobrando otra cadencia, y se mete en esa grieta que te ha dejado la vida, y ese tema viene y te habla. Pero sin duda la palabra es distinta.
- ¿Te ha pasado de canciones pensaste que serían buenas de cantar, pero cuando llegó el momento, no pudiste hacerlo?
- Si, de hecho hay temas que quedaron grabados en el disco, pero que no los canto más, porque ya no me dicen nada. Hay algunos en los que quisiera profundizar. Ahora quiero trabajar el tema de la mujer, puntualizar en algunas, como la Juana Azurduy o la Rosario Vera. Estoy con un proyecto para el cual hablé con algunos compañeros en las provincias para ver si hay material para recuperar. A veces quiero hacer un tema y no lo puedo terminar, porque me emociono. Para mí la canción es eso. Yo no quiero entristecer a la gente con mis cosas, pero ocurre que mis cosas son las cosas de la gente, también.
- Si hay canciones que grabaste pero que hoy no podés hacer, ¿será que la canción está viva?
- Me gusta eso, la canción está viva…
La emoción es un sentimiento casi constante en Norma Lares. La arrebata todo el tiempo, su voz cambia ante cada reflexión, ante cada recuerdo. Empiezo a pensar que cuando está sobre el escenario lo que hace no es solamente interpretar una canción, es proyectar la forma que tiene de entender el mundo que la rodea y cedérnosla como si se tratara de un arroyito de pasión, lento, pequeño, perpetuo.
- ¿Qué hubiera pasado si hubieses sido esa cantante de ópera?
Se ríe.
- Creo que estaría cantando canción popular sobre lo lírico. Mirá Miguel Ángel Estrella, que lleva a las villas obras universales. Sí, se puede hacer. Tal vez estaría allí. Recuerdo un señor que estaba armando breves historias de los cantores, me había conocido en un teatro, y en una nota me preguntaba dónde me sentía mejor cantando. Yo le contesté que había cantado mucho en las villas, en las escuelas. "¿Cómo en las villas?", me dijo. "Yo te estoy hablando del teatro." "Eso vino después", le dije. Esto es lo de siempre, la militancia. Íbamos a cantar a la carpas de los ex combatientes, era una forma de compartir su tristeza y decirles que no están solos.
- Yo no creo en la fama, creo en el trabajo, la alegría de poder transmitir algo. Yo no voy a la casa de nadie con guitarra, yo voy a escuchar a la persona. Si da para armar algo, después arreglamos y nos juntamos. Mis lugares más sensibles no fueron los teatros. Cuando era piba laburaba con grupos de teatros, nunca pisé el Colon, aunque llegué hasta el Cervantes. Una trabajo hermosísimo que hice con la obra de Armando Tejada Gómez que lo pude hacer recorrer por las provincias. ¿Qué es el arte? Es la voz del pueblo, y normalmente del pueblo trabajador. Pero este señor que me entrevistaba en el teatro me apagó el grabador, no le gustó lo de las villas.
No se recuerda el nombre del señor este, y poco importa hoy día, por suerte. Hay lados para todos y todas; para los lugares y para los recuerdos. La suerte para todos nosotros es que Norma Lares está del lado de los buenos.
Hurlingham, 16 de mayo de 2019
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