viernes, 24 de diciembre de 2010
La red social
La película La red social narra los entretelones de cómo Mark Zuckerberg tomó la idea para la creación y lanzamiento del sitio Facebook, en pleno ambiente universitario estadounidense, allá por 2003. El relato ronda la audiencia de negociación que se entabla para evitar distintos juicios contra Zuckerberg, tanto de quienes lo acusan de robar la idea (los gemelos Winklevoss), como de su camarada y amigo Eduardo Saverin, por literalmente dejarlo fuera de la sociedad mediante la traición en la firma de documentos.
Quienes gusten del estilo de filmes sobre juicios, con los diversos alegatos justificados por ambas partes (aquí en forma de flash-backs que sirven de soporte al relato), disfrutarán de la proyección. Cuesta seguir ese estilo de diálogo rapidísimo de contestaciones y contra-respuestas canchero que satura gran parte de las escenas, y que como habré dicho en otra ocasión, cuestiona fuertemente el subtitulado a favor del doblaje, más cuando el 70% del diálogo es intrascendente y no hace más que dejar exhausto al espectador para cuando llegue el momento de la charla relevante. Hay numerosas referencias al mundo informático, ya sea técnico o comercial, que seguramente dejarán afuera a muchos, pero la mísma película se encarga de hacernos saber que cosas son importantes de recordar y cuales son simples menciones de referencia.
Lo digno de mencionar bajo la óptica de nuestro queridísimo bretel, no es puntualmente los aspectos constitutivos o dialécticos de la película, que, es justo decir, se disfruta a pesar de abrumar en algunas partes. Una vez más lo que llama la atención es el significante oculto, o tal vez no tanto, que tiene que ver con los motores que impulsan al jóven Zuckerberg a moverse de la forma en que lo hace, y al fenomenal éxito de Hollywood en lograr la aceptación masiva del público (y en algunos casos hasta envidiosa) de la canallada.
Provengo del ámbito de la informática, así que puedo dar cuenta de algunos aspectos que muy bien se retratan en La red social. La personalidad del personaje es bien clásica de ese ambiente, y está muy bien lograda por el actor Jesse Eisenberg. Se trata de un sujeto hosco, introvertido, y bastante intratable. La película comienza cuando su novia de la universidad lo deja. Perplejo e incrédulo por cómo se desencadenaron los hechos, Zuckerberg se mueve rápidamente y canaliza su despecho en un sitio de la red interna del claustro en la cual denosta a la chica y al resto de las mujeres del lugar. A partir de allí comienza a darse la génesis de lo que más tarde será Facebook. Siendo simplista podría resumirse que el origen del multimillonario sitio es la soledad y la venganza.
Pero hay mucho más. La soledad puede dar, en su lugar de recogimiento, a inmumerables obras que bien pueden retratar el momento para la eternidad o tal vez mitigar o revertir el padecer circunstancial. En este caso no es así, sino que da origen al monumental fenómeno de los 2000, que es el de la gente-sola-junta. Algo así como el paradigma de la soledad en colectivo, apenas entibiada por el hecho de pertenecer sólo por la simple posesión de objetos de tecnología o la membresía a listas de individuos sin fines de agrupación.
Dónde aparece excelentemente retratado el perfil del nerd que es Zuckerberg es en sus iniciales principios de vencer el desafío por el desafío mismo, algo muy propio del hacker. El hacker no busca fama, simplemente siente placer al desnudar la vulnerabilidad de un sitio en particular, y plantar allí una bandera diciendo: “mira donde he llegado”. En general no es un delicuente común, no lo hace para robar un banco o estafar a ninguna empresa; sueña con entrar a un sitio del nivel de el FBI o el Mosad y dejar algún recuerdo de su paso por allí. Del mismo modo que el contrabandista de obras de arte famosas, casi en forma onanista disfruta él sólo con su delito, ya que no puede exhibirlo a los demás ni contárselo a nadie. Esos ideales de realización más allá de lo material que se muestran originalmente en el protagonista de la historia, posteriormente mutan en una despiadada carnicería por llegar a sus objetivos sin ningún tipo de miramientos ni distinciones de ninguna clase.
El Mark Zuckerberg de La red social es tan frío como los algoritmos matemáticos que dominan su sitio. Apenas gesticula (mérito del actor), reserva toda su adrenalida para el parlamento y el teclado, pero se muestra como un sujeto desalmado e impertérrito a la hora de traicionar a quien sea con tal de llegar a destino. Y sin decirlo tácitamente, sin cometer el políticamente incorrecto acto de ponerlo en ningún pedestal, el filme logra en muchos espectadores una sonrisa casi cómplice, piola, tan canchera como los díalogos. Y es dónde allí aparece el mérito de Hollywood que se mencionaba antes: de contar el peor de las tragedias o la mayor de las traiciones con algo de crema batida y unas cerezas marasquino para que queden bonito y no caigan mal a nadie.
El fime muestra que el protagonista acaba la historia del mismo modo que como empezó. Aquellos a quienes por su ideología la película los excitó hasta la erección, contestarán: “sí, pero con algunos millones en el banco”. Seguramente, con unos cuantos millones en el banco, pero dando una magnífica lección de cuál es el atajo utilizado y desenmascarando hasta al hueso a quienes lo admiran.
Interesante replanteo para quienes no pueden estar un instante en la soledad acompañada por sí mismos, les cuesta permanecer solos en una confitería sin consultar su teléfono móvil en vez de mirar a la gente, o se sienten poco queridos si andan cortos contactos. Y también para leer detalladamente las condiciones antes de aceptar cualquier acuerdo que le proponga su red social amiga. No sea cosa que un día se le aparezca un señor con maletín reclamándole a su hermana.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1285016/
viernes, 26 de noviembre de 2010
El hombre de al lado
La película El hombre de al lado es quizás la mejor pintura que retrata como país a la Argentina de los últimos 60 años, o al menos, los dos modelos que en el país se dan en pugna desde entonces.
Ecuadra en el género comedia de color negro y está dirigida por la dupla Mariano Cohn y Gastón Duprat, quienes anteriormente hicieron Yo presidente, una intención de documental que en realidad sirvió para mostrar más los entretelones o bambalinas de entrevistas realizadas a distintos presidentes de la nación de los últimos 10 años. En esta nueva producción, los directores continúan empeñados en descifrar el pensamiento argentino, sólo que ahora utilizaron como soporte un hecho de ficción y le dieron formato de comedia.
La acción se centra en la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y más precisamente en la única casa que el arquitecto de prestigio internacional Le Corbusier realizó en América Latina. Allí vive Leonardo (Rafael Spregelburd) con su mujer y su hija. Leonardo es un diseñador que aparenta gozar de cierta importancia social y capacidad intelectual, al menos por lo que se puede ver de sus actividades cotidianas, su quehacer como docente universitario, la variedad de idiomas que maneja, y su nivel de vida. Del otro lado de la medianera que separa su icónica casa del resto del mundo, un hombre perfora la pared con la idea hacer una ventana para rescatar luz natural. El hombre de al lado es Víctor (Daniel Aráoz), una persona de modales algo rudos, gestos básicos, más preparado para el trato callejero que el del salón. Leonardo plantea inicialmente la queja, alegando que esa ventana le restará privacidad a su vida y la de su familia, y sosteniendo además que esa reforma no es posible por cuestiones vinculadas a la legalidad urbana.
Víctor intentará convencerlo haciendo referencia a las decenas de edificios que pueblan la ciudad, con ventanas apuntando directamente a su casa. Buscará suavizar la postura del vecino pidiéndole formalmente permiso para hacer la ventana. Ante la negativa de Leonardo, insistirá con el diálogo, pero llevándolo a su terreno, seduciéndolo con un trato cómplice, varonil, más propio de un estadio de fútbol que de un claustro universitario; ámbito en el cual, por otra parte, Leonardo se ve claramente desubicado y en desventaja. Le regala conservas caseras y objetos de arte de dudoso gusto, en los cuales deja explícita su pasión por las armas y la caza. Cuando acorralado por la situación Leonardo finalmente argumenta que el problema no es él, sino su esposa, Víctor le ofrece a Leonardo intermediar directamente. “Dame el teléfono, yo la llamo. Soy irresistible con las mujeres”, le dice, ante la mirada impávida de Leonardo. Posteriormente le enviará flores.
Uno a uno los argumentos y objeciones planteados por Leonardo son derribados por su vecino. Cuando finalmente opta por la vía legal, notificando a Víctor por medio de un letrado, éste irrumpe en su casa aludiendo falta de códigos. Mientras tanto, la vida de Leonardo comienza a mostrar grietas más amplias que la ventana que pretende construir el hombre de al lado.
La relación con su esposa es distante, y hasta en algunos pasajes, agresiva. Su hija apenas le dispensa sentimientos de afecto, de hecho casi no le habla. Su trabajo sufre complicaciones con los plazos de entrega de los compromisos. Su faceta como profesor de la facultad no lo muestra como un docente que alguien desee tener aún en la materia más liviana de la carrera. Y la relación con sus amigos aparece básicamente soportada en la imagen y la apariencia.
Del otro lado, Víctor (el actor cordobés Daniel Aráoz hace un trabajo impecable. Quienes lo conocemos de su vasto trabajo en televisión podemos dar fe que el papel esta perfectamente adaptado a su fisonomía y gestualidad) se deja ver como una persona con los bordes más lisos. No parece darle demasiados giros a la situación: él sólo quiere que a su casa entre un poco de sol, “ese que a vos te sobra”, le reclamará a Leonardo en algún momento de la historia. Habla a los gritos, con lenguaje soez y vulgar, ventila su intimidad y busca resolver el conflicto con su vecino apelando a la complicidad tan argentina como un guiño de ojos. Y allí es donde Leonardo fracasa una y otra vez. “Estas cosas se resuelven hablando”, le sugiere un colega al diseñador, y ese es un problema para él: el diálogo con personas de esa clase no está definido en su universo.
Un universo al que Leonardo no pertenece, como sí en cambio su doméstica paraguaya, que limpia la casa con las remeras que él ya no usa, esas con el logotipo del subterráneo londinense. O los limpiavidros que buscan juntarse un centavo en los semáforos, o los “trapitos”, los cuidacoches de los estacionamientos. Todos representantes de una parte de este país, que en el mejor de los casos, se los procuró mantener invisibles; en la gran mayoría de los otros, se buscó señalarlos como parte del problema y no como víctimas del desastre que dejó la década pasada en la Argentina.
Y apenas a quince centímetros de medianera, con la civilización y la barbarie a uno y otro lado del ladrillo, el otro mundo, el que requiere de la seguridad de las alarmas silenciosas, las rejas que protegen de desconocidos, los vidrios polarizados y la música privada con auriculares. Un espacio donde todo puede resolverse con una cifra o un llamado, donde tras cada gesto amable hay una mueca de desconfianza. Allí en el borde transcurre esta excelente película, que nos enseña que Leonardo, el diseñador que vive en esa casa que es única de la ciudad, es en la Argentina actual, el verdadero hombre de al lado.
Imdb: https://www.imdb.com/title/tt1529252/
lunes, 22 de noviembre de 2010
Aftershock
China es un mundo en sí mismo. A simple vista parece inabarcable; en detalle, lo es. Para la mirada occidental, las cifras, las distancias, las cantidades sobrepasan cualquier estimación. Una broma dice que en China todo debe decir “Made in acá”. Y es que todo lo producido allí de algún modo refleja ese volumen, en lo desmesurado que resulta el desafío de imaginar la organización involucrada en cada cosa. Recientemente se realizó el censo de la década, por ejemplo. Seis millones de encuestadores, todo un país mediano de Europa. Y así con todo.
Aftershock es la película que batió todos los récords de taquilla en China. (Esto es, como se imaginará, mucha gente yendo al cine). Está dirigida por Feng Xiaogang, y centra su relato en el sismo que sacudió la ciudad de Tangshan, en el norte del país en 1976, y dejó un saldo de 240000 muertos y 164000 heridos. Una madre, que pierde a su hija en el terremoto, se vuelve a reencontrar con ella 30 años después. Son 30 años de historia de ellos mismos como familia y de China como país, y el centro tonal de la obra es la reconstrucción. La material comenzó en 1979, duró hasta 1986 y costó cerca de 4200 millones de euros. La otra reconstrucción, la que involucra a las personas, llevó bastante más tiempo, y se intenta retratar en la vida de la protagonista.
La película, en términos de realización, es impactante. Drama post-catastrófico, dramón en algún momento, pero nunca sin perder la línea, destila tamaño por donde se la vea. Más sin ser grosera, sólo que se anima a ponerse a la par de cualquier superproducción de Hollywood, pero con sus propias reglas de juego.
Habrá que acostumbrarse a empezar a medir el discurso del cine chino con la misma vara que mesuramos el cine estadounidense. Hay una escena que muestra el desolador panorama tras el terremoto, cuando todo es destrucción y muerte. Una persona que ayuda a rescatar heridos insta a la mujer que tiene a su pequeño hijo herido en sus brazos a ir al aeropuerto de Tangshan en busca de ayuda. “Los médicos del Ejército Popular de Liberación están ahí”, dice.
Alguien en el cine seguramente levantará la ceja: chau, peli comunista. Aunque, hay que decirlo, no hayamos tenido el mismo gesto ante una escena que seguramente hemos visto cientos de veces, esas de militares norteamericanos en las que el oficial de rango escucha a un soldado que habla completamente rígido, a los gritos, mirando el infinito, y vociferando cosas como: “Somos el ejército de los Estados Unidos”, y alguna otra frase en la que posiblemente se menciona el dinero de los contribuyentes. Tal vez, el primer paso sea la película panfletaria; más tarde vendrá la subjetividad colonizada, y ahí entonces se podrá menguar con el discurso explícito.
En otra parte del filme, se muestra como una pareja de soldados adopta a la niña que queda sola tras el sismo. También se ve como los soldados que participaron en las tareas de rescate son recibidos como héroes al regresar a sus ciudades. Allí, los padres adoptivos de la niña comparten con ella el orgullo de ser parte de esa gesta. “¿Qué piensas?”, le dice la madre a la niña. “Nuestro ejército es como una gran familia revolucionaria. Todos serán como una gran familia para ti”. Y sí. Esa frase sería la equivalente a cualquier alusión a la capacidad de superación individual en una película norteamerica, en la que el padre pobre le señala a su hijo que no se desanime, que sin importar lo que posea, él podrá construir con sus manos el futuro que desee, si es que tiene la voluntad para hacerlo.
No se trata, de todos modos, de una producción que está constantemente bajando línea. Diseñada especialmente para el público local, intenta narrar los grandes cambios que en esos 30 años de historia sucederán en la vida de la nación, y estos hitos se referencian directamente en la vida de los protagonistas. La madre deja a su hija en el terremoto, porque la cree muerta. Ella debe optar por la vida de uno de sus dos hijos, ambos atrapados bajo una pesada losa de cemento. Salvar uno significará sacrificar el otro. La elección de su hijo varón le costará una culpa que cargará durante toda su vida.
La pequeña adoptó un trágico tic tras el desastre: mira las lámparas colgando del techo, para verificar que la tierra esté quieta. Casi no habla, pero sigue escuchando a la distancia. Sus nuevos padres debaten acerca de su comportamiento y la adaptación a la nueva vida. El hombre es más comprensivo, la mujer es algo más exigente. Juntos harán de ella una nueva persona.
Hay una pintura de la vida diaria, aquello directamente vinculado con la cotidianeidad. China no se muestra opulenta y fastuosa, pero tampoco se la ve miserable o precaria. Es una imagen muy común en las superproducciones de acción de Hollywood las persecuciones en la vía pública en países asiáticos. Y el entorno que se vislumbra es el de una gigantesca feria callejera, como si no existieran calles o avenidas. Siempre hay vendedores ambulantes, puestos de paso, y los pistoleros se balean en ese escenario, en el que la vida parece valer muy poco. Nada de eso aparece en la China de Aftershock.
La película ha sido preseleccionada para el premio Oscar al mejor filme de lengua extranjera. El director Feng Xiaogang, sin embargo, no está de acuerdo con que su trabajo participe en los premios estadounidenses, ya que considera que está pensada para el pueblo chino, y no forma parte de la idiosincrasia occidental. Se sabe que ese no sería demasiado problema: el mercadeo todo puede lograrlo. Si aquí en el sur de América se sincronizó el lanzamiento de la película Enterrado, que trata de un hombre encerrado vivo en un ataúd, con el rescate de 33 mineros atrapados en una mina en Chile. El músculo nunca descansa.
De aquí a un tiempo seguramente vamos a recibir más películas del gigante asiático. Su cine vale, tiene elementos en los cuales encontrarnos, y con los cuales competir limpiamente. Aftershock allana el camino, acorta distancias con occidente, pero no redondeando los ojos al máximo como en los dibujitos animados japoneses, sino mostrando personas de lugares sumamente lejanos próximas a nosotros.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1393746/
domingo, 7 de noviembre de 2010
El origen
Al director inglés Christopher Nolan le gusta el entrevero, se sabe. Y hay que tener capacidad de discurso para eso. Quiero decir, llevar la confusión al límite máximo soportable a la vez que evita que uno mande la película al diablo antes de la primera media hora de proyección. Tenernos enganchados con un relato que dice algo pero nunca está del todo claro, dejando despejado el concepto central al que apunta la película y difumando los detalles que lo llevan a cabo. Y termina nomás la historia, y uno se mira con quien tiene al lado, con algo de asombro, un gesto como incompleto, inconcluso, y con el sabor que deja la satisfacción de un buen rato movidito, pero con un montón de cosas para charlar con amigos luego, a ver que entendió cada uno.
Es una forma de hacer cine también, algo mezclada con mercadeo publicitario. Ese lograr que la gente hable de lo que uno hizo. Había que ver que es lo que se habla de lo que uno hizo. Recuerdo una fiesta de fin de año de esas que se organizan en la oficina. Yo no reservo la mejor ropa para ir al trabajo; en general busco cumplir con cierta formalidad sin ariesgar mis mejores prendas. Esta fiesta era un buen momento para mostrar que uno no era un miserable, así que preparé mi mejor atuendo para buscar resaltar, o sea, lograr ser el motivo de conversación, al menos por un rato. Me acuerdo que preparé mi mejor camisa negra, de seda, con un brillo particular que surgía cuando se la miraba de costado. Marché con un perfil oscuro, algo gótico, porque “el negro señala profundidad”, decía Daria. Ni bien entro al salón lleno de compañeros, una mujer mayor del área comercial me señala a los gritos: “¡Hay, que linda camisa, parecés Enrique Iglesias!”. En parte lo había logrado, por un rato el comentario general era el “¡Grande Quique!”
A Nolan le sale mejor, él logra una direccionalidad más optimizada en el comentario. Nos tiene atrapados, y consigue que la proyección dure un par de horas y la discusión dias enteros. No sé si va a ser el caso puntual de El origen. La película entretiene, confunde lo justo, y lo mantiene a uno atado al sillón durante más de dos horas. Pero tiene un pecado que paga caro en la audiencia: es ajena.
Un amigo me la recomendó y me dijo que a esta película le jugaba en contra la comparación inevitable que se hace con Matrix. Como si el cine no se construyera con ladrillos de celuloide uno sobre otro, esto parecería ineludible. Sin embargo el valor de Matrix no es que apareció primero, sino que fue realmente buena. Revolucionaria, en muchos aspectos. El origen cuenta con varios elementos argumentales y técnicos interesantes, más allá de todo lo antedicho. Pero con relación a Matrix, vendría a ser una versión de las corporaciones.
En la película de los hermanos Wachowski se debate poco menos que el destino de la raza humana. En la de Nolan, el problema es entre particulares, un conflicto entre empresas. Leonardo DiCaprio es contratado para hacer ese trabajo. El Neo que interpreta Keanu Reeves es un sujeto que resulta ser el elegido para salvar a la raza humana. No es poca la diferencia. En alguna forma, hay una mayor creación de empatía con la saga de Matrix de fin de siglo. El origen puede mostrarnos que la humanidad aún no ha sido derrotada, pero que sus soldados más rebeldes ahora ponen sus armas al servicio de otros fines.
Apreciaciones al márgen, se pasa un buen rato con El origen. Decididamente, las actuaciones me resultan bien malas. DiCaprio tiene siempre la misma cara, el rostro arrugado, el mismo gesto de sufrimiento. La promesa canadiense Ellen Page sigue sin levantar; el japonés Ken Watanabe con poco foco protagónico deja más que el resto. Y Michael Caine debe haber filmado sus breves partes entre refrigerios.
Haga la prueba: recuerde cuanto tiempo estuvo hablando de Matrix, y mida cuando le va a ocupar El origen, en sobremesas, cafes de oficina y salidas con amigos. Alguna va a perder por goleada.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1375666/
jueves, 28 de octubre de 2010
Sostenes
La muerte suele ser caprichosa con sus elecciones. Injusta, como menos. A la corrección temprana de que cualquier muerte es injusta, permítaseme mantener reservas. Nada más alejado de mí que la fe cristiana o el sentimiento evangélico, aunque me confieso sumamente sensible a la pasión de las multitudes por su devoción o creencia, sea cual fuera, y más aún cuando es expresada desde los motores más íntimos de la conciencia.
Cuando sucede la llamada vuelta de la democracia, el fin del oscuro período de dictadura militar, allá con la presidencia de Raúl Alfonsín, yo contaba con 18 años. Atravesaba el renacer del dialogo político en la más efervescente adolescencia, el colegio secundario era un ámbito de charla constante, por fin se podían hablar de un montón de cosas que yo no comprendía bien porqué estaban censuradas. Había buenas charlas con algunos profesores, Desde su adultez, muchos nos miraban con un dejo de ternura. Inclinaban la cabeza y amagaban una tibia sonrisa mientras les explicábamos los procedimientos necesarios para cambiar el mundo. Por una cuestión de meses no pude votar en aquella elección, sí en la próxima. Mi grupo de amigos estaba dividido. El boca-river futbolístico se había trasladado al campo político, y las dos grandes parcialidades se enfrentaban en cuanto lugar había. Centenares de frases hechas y discursos ajenos poblaban esas conversaciones. Yo, (como casi siempre) fastidié a las estadísticas con mi habitual tercera posición. La izquierda me sedujo desde el comienzo, la figura de El Che, el poder del pueblo, y toda esa intelectualidad fascinante. Un señor bastante amargo recuerdo que me dijo para ese entonces: “Y si, hay que tener el corazón muy duro a los veinte para no ser de izquierda, y la cabeza muy dura para seguir siéndolo a los cuarenta” ¡Los cuarenta, que sabía yo a los cuarenta! Yo seguí como pude con la mía, empecé a votar, participé activamente en marchas y charlas, fui a encuentros, milité como sentía que debía hacerlo.
Y a medida que pasaban los años y votaba, recordaba la mueca de sonrisa y el menear de la cabeza de mis profesores, allá en el secundario. Esa postura enternecida por la inocencia del planteo al principio, y ese esfuerzo por hacerme tomar conciencia que todas esos postulados que yo intentaba sostener no eran posibles. Se empezó a hablar de utopía, y decía que era imposible alcanzarla, pero después aparecío Serrat (un gran referente) y dijo que no importaba, que había que perseguirla igual, que en ese esfuerzo por alcanzarla era que se mejoraba la vida.
A pesar de contar con muchos amigos en el peronismo, no dejaba de resultarme ajena la idea. Algo de preconceptos paternos debía cargar, esa tendencia a la antítesis que sería claramente identificada por mí más tarde. Pero la idea resistía porque ese líder ya no estaba en este mundo. Me costaba distinguir cuánto del discurso le correspondía al retrato que pendía del fondo del escenario y cuánto al orador; cuanto de todo eso era sustentado por un líder ausente. Yo quería el sostén de un líder presente.
Cuando asumió Nestor Kirchner en 2003, recuerdo no haber sentido demasiada emoción, si algo de tranquilidad por las otras opciones que se barajaban. Recuerdo estar escuchando el discurso en el Congreso el día de la toma de mando. Estaban presente muchos presidentes, y entre ellos Fidel Castro. Esa era la única emoción reservara para ese día: verlo a Fidel confundido entre otros mandatarios, de traje civil, respondiendo sobriamente a los saludos que todos los presentes le hacían. Recuerdo que todos querían estar a su lado, no importaba ya la ideología, se trataba de estar cerca de ese pedazo de historia, el último hombre del siglo XX. Al otro día habló más de cuatro horas en el centro de la ciudad, convocando a multitudes. Yo seguía votando a la izquierda, ganaba un extraño patrocinado por el aparato de un partido que nos había llevado al desastre, y en Buenos Aires hablaba Fidel Castro. Una auténtica escena argentina
Pocos meses después, en setiembre de 2003, Kirchner habló en las Naciones Unidas, y también vi el discurso por televisión. Hubo una frase que me hizo levantar la mirada, una párrafo que no tenía cabida aparente en ese espacio: “Somos hijos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo”. Pareció fuerte. Recuerdo a varios presidentes haber recibido a las Madres y a las Abuelas, casi como con gesto necesario, ineludible; ninguno las había incluido en un discurso oficial en tamaño organismo y las había mostrado como parte de su herencia.
Cada uno fue construyendo su camino con los años. Algunos nos hemos hecho más conscientes de las factibilidades. Ahora, llegados y pasados los cuarenta, el corazón y la cabeza siguen tan duros como a los veinte, pero tal vez se han matizado algunos conceptos. Pero hubo hitos de la historia que no tomaron tanto tiempo como parece. Desde el primer al último disco de los Beatles hay menos de diez años. Desde el ascenso hasta el derrocamiento de Peron hay nueve años. Entre el ascenso político hasta la muerte de Eva Peron hay algo más de seis años. El proceso de cambio de paradigma que supuso la caída del muro llevó algo menos de un año. Y si un extranjero ajeno emocional y culturalmente hojea cualquier diario de la Argentina del 2001, y lo compara con cualquiera del 2010, no tardará en entender algunas cosas. Como que la preocupación de entonces era ver como recuperar el dinero capturado por los bancos a los ahorristas, y la preocupación de hoy, es ver cuánto será la participación a los trabajadores de las ganancias de las empresas.
Con matices y diferencias según quien lo vea, la Argentina cambió hacia un rumbo marcado por el signo de la región que la alberga, Suramérica, más parecida en sus colores y olores a lo que es en sus componentes. Se cuestionaron intereses que parecían intocables. Se repararon deudas sociales. Se construyó una mística, pero no una a la que somos tan afectos los argentinos. No una mística de tribuna que nos ha hecho chocar una y otra vez contra la pared, la mística pava de creernos el pueblo superado del cosmos. Porque el cimiento de esa mística es un ladrillo palpable, visible, delicioso y alcanzable por cada uno de nosotros: es la reparación de la dignidad. Es ese indignarse cada vez que algo no es como debería, en vez de entender que forma parte del funcionamiento lógico del recambio necesario.
Es juntarse con un par de amigos para ir a una fiesta patria y terminar siendo millones. Y ver esa croma genuina, tan diferente a las que aparecen en las publicidades de dentífricos y yogures, o a las que temen por lo que pueda depararles salir a la calle pasadas las siete. Es darse cuenta que se podían hacer algunas cosas, que no era tan difíciles como nos decían. La sonrisa tierna de mi profesor ya puede ir tornando en asombro, las cejas arriba, las comisuras hacia abajo, “mirá vós”, me estaría diciendo si hoy le contara las cosas que se pudieron hacer en seis años. Es para todos aquellos que piensan que los políticos son todos iguales, pero se someten respetuosos ante la imagen las madres y las abuelas de plaza de mayo: hubo alguien que las abrazó, que les devolvió alguito de lo que le quitaron, que nos hizo verlas sonreír.
Se muere Nestor Kirchner el día del censo nacional que toca hacerse cada diez años. El día de sumar. El día que, según algunos, hay que temer hasta del censista. Yo por suerte no tuve espacio del corazón libre para el miedo, hice pasar a la señorita que le tocó mi casa. Morochita, bonita, típico rostro del norte argentino, ahí al borde con Bolivia. No le tuvo miedo a mi perra ruidosa, como muchos otros, hasta le hizo un juego. Agredeció el vasito de agua. Hizo las hábiles preguntas diseñadas por sociólogos que se supone mesurarán el país. Frías preguntas, pensadas para la estadística, claro. “Bien, ya está”, dijo al final. Repasando la ficha con el lápiz, preguntó en voz alta “¿Falta poner algo más?”
“Poné que estoy triste”, le dije.
lunes, 25 de octubre de 2010
La escalera de Jacobo
Adrian Lyne es un director británico con un gusto particular para encarar sus proyectos. Proveniente del ámbito publicitario, su primer largometraje es de 1980, y su último trabajo, el octavo, es del 2002. Ocho películas en veinte años puede parecer poco para la gran industria, pero repasando los títulos, se puede apreciar que Lyne gusta de dar que hablar con lo que muestra.
El musical Flashdance, Nueve semanas y media, Atracción fatal, Propuesta indecente, Lolita, son sus hitos más salientes, y en gran parte de ellos nos hemos detenido seguramente en alguna charla con amigos de sábado a la noche. Lyne se inspiró durante sus inicios en los trabajos de la nueva ola francesa, con Godard, Truffaut y Chabrol a la cabeza. Mucho de ese ambiente intimista que se respira en sus films vendrá seguramente de allí, y en este trabajo suyo La escalera de Jacobo, se disfruta gratamente gracias a la apoyatura técnica que aporta el excelente trabajo de Tim Robbins. Un actor que brilla como los dioses en los papeles más tortuosos y compuestos con el solo poder de sus imperceptibles gestos (ver La vida secreta de las palabras, un verdadero poema).
Jacob (Tim Robbins) es un veterano de Vietnam que carga con un estrés post traumático. La película se inicia con una secuencia en medio de la selva, en la que un grupo de soldados se encuentra en un momento de descanso, y de pronto sucede un ataque. El resto del film transcurre en su ciudad, Nueva York. Jacob se siente perseguido por criaturas, le cuesta distinguir entre realidad y sueños, tiene pesadillas por las noches. En ellas, Gabe, su hijo más pequeño fallecido en un accidente (Macaulay Culkin, que extrañamente no aparece en los créditos) se le presenta. Jacob vive con una mujer, Jezzie (Elizabeth Peña) que no es la madre de sus hijos. Juntos trabajan en el sevicio de correo.
Nada le hace fácil la vida a Jacob. Los recuerdos de la guerra y los demonios que lo persiguen le golpean constantemente. Sólo algunos oasis en el camino: momentos de pasión con su mujer, o las sesiones de masajes para reparar su espalda que le brinda su kiropráctico y amigo Luois (Danny Aiello). Luego contactará con un grupo de veteranos, compañeros de pelotón en Vietnam.
La cámara de Lyne capta un tono intimista y opresivo sumamente preciso, tanto en las escenas de interior como en la compleja metrópoli. Las visiones son recreadas con efectos especiales de gran sutileza, que no desentonan en lo más mínimo con el carácter de estilo de la película.
Hay dos detalles a observar. En algún momento del relato, se repiten en off diálogos anteriores, una técnica propia de un cine que siente que debe explicarle la película al espectador. Producto del medio en el que se mueve este tipo de trabajos, o quizás cierta norma impuesta desde la producción, estos momentos demuestran una pérdida de fe en quien está mirando la proyección, quebrando parte de la mística que debe darse obligatoriamente entre las dos partes que componen el efecto del cine. La placa aclaratoria del final, a modo de epílogo, completa la desazón anterior. Una pena para las dos horas muy buenas que veníamos pasando.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt0099871/
sábado, 23 de octubre de 2010
Mis dias lluviosos
A sólo efecto relajante, más como diluyente cerebral que con la intención de entrarle con ánimo crítico, Mis días lluviosos conformó una opción ideal para una tarde cualquiera. Una comedia romántica japonesa de adolescentes, con un alto tinte rosa, de jovencitas compañeras de secundaria, que se juntan después de clase, corretean por los parques, se sacan fotos todas juntas tiradas en el pasto y con los dedos en V; que juguetean constantemente con sus celulares y se visten lindo.
Y sin quererlo, termino por encontrarme con una foto que no conocía pero que en realidad ya había visto. Algún detalle por ahí observado anteriormente en el bretel, con relación al cine japonés, o mejor dicho, a la sociedad que nos muestra el cine de ese país.
Una compañera del curso está siendo acosada un grupo de chicas malas; la víctima se llama Tomoko (Hikaru Yamamoto), es una chica del montón, calza lentes, el pelo recogido y es sumisa. Las chicas buenas, lideradas por Río (Nozomi Sasaki), la defienden, la hacen zafar del trance, y la invitan a sumarse a su grupo. Tomoko está sorprendida, no se explica como “las chicas populares” la están ayudando a ella. “No podemos permitir que las amigas sufran”, le contestan, aumentando el asombro de Tomoko ante el rápido calificativo. Las chicas la invitan a salir con ellas a bailar esa misma noche, y se las ve felices y divertidas. Tomoko ansía llevar ese tren de vida, poder arreglarse como ellas, vestir del mismo modo, pero reconoce que para eso hace falta un dinero que ella no posee. Las amigas le ofrecen enseñarle una forma de conseguir dinero. La noche termina con Tomoko tomando de más y Río llevándola a dormir a su casa.
Para seguir con este tema, no queda otra que revelar algunos detalles de la película, así que si pensaba verla, le sugiero que la sigamos en la próxima. Si el cine rosa adolescente japonés no es lo suyo, continuamos.
El lugar en el que se despierta Tomoko, la casa de Río, es un piso a todo lujo, con vista panorámica y en el centro de la ciudad. Según su dueña, es un “estudio que papá me alquila”. Lo que sigue se ve venir, Tomoko será posteriormente arreglada y acicalada por Río; fuera lentes, se suma maquillaje y un bonito vestido colorado. Para cuando vengan sus amigas ella será una reina. Ahí se enterará la fuente de financiación de toda esa vida: citas pagas. “Nos citamos con dulces papis”, dice Río. Tomoko, claro, duda. “Son cientos de dólares sólo por acostarse”. Tomoko duda un rato más, pero al final accede. Gritos de alegría, música pop arriba y próxima escena en ralenti con las cuatro caminando en hilera por la calle llena de gente.
No voy a abrumar de detalles, pero a modo de apunte agrego: la historia de Río carga con algunos detalles densos para su corta juventud, más tarde se enamorará de un profesor de 35 años. La escena de defensa de la pobre chica en realidad fue un montaje armado para conseguir reclutar a una jovencita más al plantel, y su iniciación en el trabajo se vive poco menos que como un preparativo de una fiesta de quince. Y para el postre queda un tumor incurable en un cerebro y un suicidio.
Lo que sigue de la historia poco viene al caso. A medida que pasaban los minutos, la conclusión fue que efectivamente estaba ante una comedia romántica, una adolescente que se enamora de un hombre del doble de su edad, él está enfermo, ella fue violada de niña, en fin, tal vez se terminen encontrando o no, eso puede ser anecdótico. Lo que impacta es que el trasfondo denso no sobresalga, sino que se disimule, camuflagee en el entorno. Se habla de jovencitas de 17 años, en apariencia bien educadas, sin ningún aspecto de marginales ni carenciadas, que ejercen la prostitución. Que no lo cuentan ni siquiera como una travesura, sino como “una” forma de ganar dinero, y no se ve que lo precisen para mantener a nadie, mas bien se las ve gastarlo en ropas y salidas.
Y todo esto es retrado en un marco de comedia digna de los hermanos Jonás. La música de onda y las escenas en las tiendas de compra licúan cualquier aspecto reprochable que se pueda ver en la historia. Los intertítulos explicativos del inicio son de un guión y una gráfica adecuada para niños de 12 años. Los clientes de las señoritas se retratan como hombres tontos, infantiles e inofensivos. Y toda la culpa que puede generar la película se intenta expiar mostrando como un muchacho que trabaja para las chicas extorsiona a los clientes mostrándoles fotos comprometedoras que les sacó cuando se encontraban en la entrada del hotel.
Todo esto toca de cerca el tema del Lolicon, algo que en Japón pega mucho. Lolicon es lo que podría entenderse como “el complejo de lolita”, fantasías sexuales con adolescentes o púberes en posturas o gestos de contenido erótico o provocativo. El término viene en parte de la novela de Navokov, y en la red se siguen peleando por encontrar una definición cerrada, pero tiene cierta derivación del manga, o dibujo animado japonés, que cuenta con cantidad de imágenes de niñitas ya sea provocativas o bien inocentes, pero casi todas ellas pulposas y con ropas estrechas. En Japón este género es totalmente legal, se pueden encontrar libros de arte y de fotografías de niñas desde 8 a 16 años posando con bikinis o disfraces de sus ídolos. Mientras que la menor no salga desnuda, la realización, publicación y distribución de estas revistas y sesiones fotográficas es totalmente legal.
Desde el poster de la película hasta la actriz principal, que a los 27 encarnó a una adolescente de 17, aparece un mensaje confuso y edulcorado de un tema más bien espeso. En ningún momento se juzga el accionar de las chicas; hasta casi se podría decir que desde el formato de video clip que lo encuadra, se lo motoriza. Y cuando se viaja por la red en busqueda de repercusiones de esta película, se encuentra en la mayoría de los casos, la crítica al melodrama, y nada acerca de la espesura del entorno.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1538401/
jueves, 7 de octubre de 2010
Pequeña soldado
Lotte es una joven danesa que regresa de Irak, tras un tiempo en el servicio que cumplió como voluntaria. Inicialmente no aparecen claras las motivaciones que la han embarcado a semejante desafío. Tal vez cierto romance con los ideales, alguna fantasía adolescente relativa a salvar al mundo, a lo mejor alguna necesidad propia de escapar de su lugar. O también una mezcla de todas esas cosas juntas.
Pequeño soldado es lo último de la directora danesa Annette Olesen, de la cual puedo dar cuenta de otra producción suya del 2004, En tus manos, una muy interesante película de cárcel de mujeres… pero de Dinamarca, así que vayan olvidándose de la clásica escena de las duchas. En dicho film también trabaja la actriz protagónica de Pequeño soldado, Trine Dyrholm, quien además es cantante y compositora.
A Lotte se la ve turbada de su vuelta de Irak, no es para menos. Se atrinchera en su casa, come y duerde desordenadamente, bebe en demasía, y no parece demasiado animada con su realidad. La visita de su padre la forzará a volver a alguna forma de vida social. Como ella necesita dinero, su padre le ofrece trabajar en su empresa de transportes. Será su chofer particular, pues él ha perdido temporalmente su licencia a causa de un accidente automovilístico.
Lotte conoce a Lilly, una jóven que parece ser la pareja de su padre (viudo) pero que en realidad es una prostituta de lujo que trabaja para su padre (fiolo). Cosas que ocurren en la idílica Dinamarca (ver más). Lotte será la encargada de llevar a Lilly al encuentro con sus clientes, la esperará en el auto y la traerá de vuelta a casa. También será quien deba rescatarla en caso de que ocurra algún desmadre. Su condición de ex-soldado y su buen estado físico se van a adaptar perfectamente a esta tarea, pero su dignidad como mujer y el sedimento de sus principios van a ser una barrera difícil de superar.
Por otra parte, la relación con su padre, el trato afectivo entre ellos, es sumamente rudo. Daría toda la sensación que el señor hubiese querido tener un hijo varón, fundamentalmente por los juegos modales que utiliza para comunicarse con su hija. Subyace un fuerte componente machista que permite llevar adelante semejante trata de mujeres, que en su gran mayoría provienen de países africanos y europeos pobres. El padre de Lotte piensa que les está haciendo un favor, “Nigeria es un maldito vertedero”, dice, mientras acumula dinero en su caja fuerte y su salud se vuelve más débil cada día.
Resulta sumamente interesante apreciar como dos extremos sociales pueden juntarse a partir de las tragedias. Lotte se empeña en ir contra la corriente de lo que sería su mandato social. No contenta con haberse embarcado en una guerra ajena, poco menos que espanta a un jóven vecino suyo que intenta acercársele con aparentes buenas intenciones. Jóven, bonita, sin carencias a la vista, no oculta manifestar que no está para normalidades tales como cuidar plantas. Algo la viene endureciendo desde hace tiempo, y esta vez la guerra no tiene nada que ver en el asunto.
Imdb: http://www.imdb.es/title/tt1158889/
lunes, 4 de octubre de 2010
Tres tiempos
En el cine de Hou Hsiao Hsien, los sentidos juegan un papel preponderante. En comparación con cualquier otro componente necesario para llevar adelante una película, lo que se le requiere a los sentidos es colosal. El buen guión, las correctas interpretaciones, la densidad de la historia, todo aquello que debe cumplimentar con un mínimo nivel de calidad (y el caso puntual de Tres tiempos sí que lo hace) queda indefectiblemente detrás de lo que se absorbe la vía sensorial.
Se trata de tres relatos que recorren distintos tiempos de la historia china, y que son interpretados por la misma pareja de actores, Chang Chen (Aliento, Eros, 2046) y la bella Shu Qi (Millennium mambo, Buscando una estrella, El transportador)
La primera de ellas se titula “Tiempo de amor”, transcurre en 1966, y relata la historia de un soldado que conoce a una mujer en una sala de billar, su correspondencia con ella mientras está en servicio, y su posterior búsqueda cuando ella se mueve de ciudad. La segunda historia se sitúa en Taiwan en 1911, durante la ocupación japonesa, y se llama “Tiempo de libertad”. Mr. Chang es un diplomático que concurre a un burdel en el cual conoce a la cortesana que interpreta Shu Qi. La sutil relación entre ambos se construirá a partir de gestos casi imperceptibles. El relato que completa el trío es “Tiempo de juventud”, y sucede en Taipei, en 2005. Allí la pareja está compuesta por Jing, que es una jóven que canta en una banda de pop y reparte su vida entre su banda de pop, su amante masculino (Zhen) y su novia lesbiana.
En las tres historias, más allá de la pareja principal de actores, hay poderosas similitudes. Las de relato las constituyen fundamentalmente la búsqueda y el desencuentro. Por cuestiones morales, civiles o simplemente sociales, hay trabas que impiden la concreción de la pareja, al menos en dos de las historias. Las cartas componen un constante elemento de conexión entre ellos (en la historia más reciente, la del 2005, se trata del correo electrónico o los mensajes de texto, algo que mal que nos pese su sintaxis recuperó de alguna forma el género epistolar). En cuanto a lo sonoro y lo visual, las bandas de sonido marcan profundamente el sentido de cada una de las historias.
Últimamente, Hou Hsiao Hsien habla más con los sonidos y los colores que con el díalogo de los actores. Las líneas de texto son sumanente mesuradas, del mismo modo que los gestos faciales y los movimientos corporales. Nada parece querer distraer el ambiente que se construye a partir del entorno sonoro y cromático. La historia que transcurre en 1911, es un formato de cine mudo, con los diálogos intercalados con carteles como se hacía hasta finales de los años 1920. Según se dice en la red, tal vez como un homenaje al cine mudo, como una protesta a la ocupación que se sufría en el momento, o por la imposibilidad que los actores aprendieran el idioma chino que se hablaba en aquella época. La única voz que se escucha de un actor es a través de las canciones que interpreta la cortesana.
En la última de las historias, la que trascurre en la convulsionada Taipei, se respira algo del clima vivido en la maravillosa Millennium mambo, del mismo Hsien, y con la misma actriz protagonista. Ese caos casi inmanejable que trasunta una ciudad inabarcable parece hacer eclosión en la jóven, y no solo se manifiesta en su salud (es epiléptica), sino en su vida cotidiana, sus relaciones, y hasta la música que compone.
Es fundamental ubucar una versión que le traduzca las canciones. Allí se encuentra gran parte del texto que los actores no dicen. Insisto, no es un decorado, o una iluminación de fantasía, es el relato. Hace poco hablábamos del cine de Hong Sang Soo: comentábamos la música bien escasa, y el diálogo abultadísimo; o la cámara, que como un microscopio que delata hasta el gesto más minúsculo, se mete en la vida y en los detalles, y muestra con crudeza la histeria urbana contemporanea. Bien, aquí es casi lo opuesto con el mismo nivel de efeto y belleza.
Es bien difícil explicar un color, un sonido, un aroma. Así de complejo es tratar de contar el cine de Hsien con palabras. Lo mejor es dejarse llevar, caer en la hipnosis propuesta, no intentar buscar explicaciones rápidas ni descenlaces contundentes. Hasta es probable que ni siquera complete su bolsa de pochoclo.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt0459666/
jueves, 16 de septiembre de 2010
El refugio
Julianne Moore es una de mis (pocas, poquísimas) debilidades. Allí donde aparezca, estaré presente dando curso a mi militancia como espectador. Pero debo decir que lo último que vengo viendo de ella no pega bien en los números, y más allá de su buen desempeño actoral, las producciones son en general bastante flojas.
El refugio es una interesante muestra de producto de molde. Toda la película se desarrolla en función de una pauta precisa y exacta de producción que hace que funcione a la perfección para el fin previsto, esto es, una cinta de suspenso y misterio con toques místicos. Ya desde los títulos iniciales se delinea el recorrido y casi no hay huecos por donde distraerse de este objetivo. No confunde en ningún momento, casi no hay un instante de humor o romance que pudiera hacerle pensar a Usted que esta mirando otra cosa. Eso es para el cine-arte, vió, cuando a uno le ponen una escena media risueña en una peli que venia de hachas y desmembramientos. Entonces Usted empieza a dudar si aquella escena no vendría a ser una metáfora o un simbolismo de tal o cual cosa, y ahí comienza a interpretar que nos habrá querido decir el director con eso, si no será una crítica a la sociedad de esto o aquello, y tal vez… No, un momento. Eso que Usted está haciendo se llama pensar, y esta película no fue hecha para eso, se concibió para ser disfrutada, nada más, y así como está. Así que nada de escenas confusas o movimientos de cámara desajustados, el tono de este trabajo transita por el misterio, y hacia allí hay que dirigirse sin dobles discursos.
Una vez que el espectador encuentra su lugar frente a la pantalla, la película transcurre sin fisuras, hay que decirlo. De eso se trata el manual de estas producciones. Como ya se conoce lo exitoso y lo falaz, la senda se mantiene por terreno seguro, y son muy pocas las posibilidades de caer en el barro. Es una forma de hacer arte sin riesgo, y esto no solo involucra al cine, sino también a muchas otras disciplinas. Con la música se puede hacer lo mismo. ¿Quiere hacer un hit para pegar en la radio?, anote:
- La introducción no debe durar más de 15 segundos
- Debe sonar tan fuerte como la compresión dinámica lo permita
- El estribillo debe aparecer antes del minuto y medio
- En lo posible formato Intro AABABB Fin
- Mantenerse en la tonalidad, o modular sencillo, nada de vanguardismo
- Cualquier solo entre estribillos no debe exceder los 8 compases
- La duración total del tema no debe exceder los 3 minutos y medio
No sigo; si bien no es la fórmula de la coca cola, no es cuestión que alguna multinacional de la música se ofenda y nos hagan caer el bretel.
Mucho de esto sucede en El refugio. Como en toda película de este género, la música nos anuncia cuándo viene la escena importante o bien cuando hay que asustarse, los niños y los perros no mueren, el que tose pasados los 20 minutos de proyección no llega al final, el científico que no cree en otra cosa que en su ciencia termina pidiendo turno con el manosanta, la mirada a cámara en la escena final para darte más miedo, etc, etc, etc. Casi no quedaron tics por saltear, se consumieron uno a uno como los entrenadores agotan los cambios en sus equipos para optimizar el juego. Cada cinco minutos, un toque, y así el espectador se mantiene alerta y el código con el cine funciona.
La pregunta sería entonces: ¿hay algo de malo en esto? La gran mayoría del tiempo todos nosotros nos movemos por terrenos seguros: viajamos por los mismos caminos o medios de transporte, comemos a diario comida que conocemos y sabemos de antemano que sabor tiene, leemos a los mismos cronistas en los mismos periódicos o radios, nos vestimos combinando colores con resultados de éxito conocidos, escuchamos música de artistas que sabemos como suenan, y si vamos a los recitales, el momento más esperado es ese tema que sabemos de memoria porque hemos escuchado miles de veces… podríamos seguir. Entonces, ¿porqué hemos de ser tan exigentes con el cine, cuando gran parte de las decisiones de nuestra vida están regidas por el nivel de seguridad que nos reportan? ¿Por qué si hacemos de nuestra cotidianeidad un derrotero de transgresión e innovación, no tardaremos en sucumbir ante el snobismo o la mirada absorta del resto?
Bien, una respuesta tal vez sea que uno no mira cine con la misma actitud que come pizza. Aún así, cada vez que voy al dentista me devoro esas espantosas revistas de chimentos que no solo juro que jamás compraría, sino que cada vez que las veo en un puesto de ventas, las maldigo hasta el fin de los infiernos. Son quizás demasiadas las situaciones diarias en las cuales el riesgo nos obliga a decidir por lo seguro; entonces nos rendimos ante aquello menos distintivo. Pero así como a veces uno escucha decir “tengo ganas de ver algo para divertirme”, desde este alcázar sostenemos que los hechos artísticos deben ser claramente distinguidas de las contribuciones al mercado. O por lo menos, etiquetadas correctamente: "Esta película no provoca contradicción alguna en género ni induce a ningún tipo de reflexión posterior"
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1179069/
lunes, 13 de septiembre de 2010
Noche y día
No es fácil ver el cine de Hong Sang Soo desagregando una película de la otra. Por lo menos a mí me cuesta particularmente. Aunque no haya un hilo, hay una continuidad en el tono del relato, en la gestualidad y en la construcción de los conflictos que hace que todas sus obras puedan ser vistas como distintas partes o emisiones de un todo integral.
Sus películas son como obras teatrales llevadas al cine. Hay largos parlamentos, casi ausencia total de música, y una juego de tics de cámaras y lentes de aumento que se suman al relato como si fueran un personaje más. El tono es lento, a veces cansino, y no espere persecuciones callejeras o trompadas y besos antes del minuto 7: el cine del director surcoreano se parece más a la vida de todos nosotros.
Noche y día es una película del año 2008 y cuenta la historia de Seung-nam, un pintor con cierto renombre que decide viajar a París como excusa para evitar ser arrestado por fumar marihuana. Dejando en Corea a su esposa y su trabajo, se instala en París en una hostería frecuentada por la comunidad coreana. Por las noches, telefonea a su esposa, y juntos lloran apenados a la distancia a uno y otro lado del teléfono. La noche y el día de los que habla el título hace referencia la diferencia horaria entre los países y al momento en que se llevan a cabo estas conversaciones.
La gran parte del film se desarrolla en París. Seung-nam se va afincando en la hostería de Mister Jang, el hombre que regentea el hostal y da consuelo a su nostalgia. Poco a poco va conociendo otras personas, entabla algunas relaciones, y se encuentra con una vieja novia suya. Allí en sus cuarentas, el protagonista comienza a refrescar sensaciones que habían quedado archivadas con el paso del tiempo y tal vez algo amenazadas por la rutina. Las conversaciones con su esposa por las noches lo volverán a la realidad.
Desconozco la legislación coreana al respecto de fumar marihuana, pero inicialmente parece mucho que una persona decida irse del país para evitar ser detenido sólo por eso; máxime con la presencia y apariencia social del personaje, que no encaja en ningún perfil pasible de ser sospechoso. Puede tener que ver con la exageración, con la desmesura que a veces muestra el personaje, su inseguridad para manejar las situaciones, o tal vez como una excusa para intentar un cambio de rumbo. Pero en Hong Sang Soo estas situaciones deben verse como los reemplazantes naturales a los tiroteos o a las escenas eróticas con la cámara girando alrededor de la cama que tanto aparecen en el circuito tradicional de cine. Esos son los hechos que hablan del guión, y quedarse discutiendo con uno mismo acerca de la verosimilitud de algunos sucesos es perderse el pase de magia que corona el truco. Las pausas en las discusiones es otro elemento propio, aquí a veces la gente (como uno) se queda sin palabras, y tiene que pensar, no se le ocurre la respuesta ingeniosa inmediatamente. Los hombres pueden llorar como niñas, y tener dudas existenciales también.
Existe también una fuerte referencialidad en las películas de Soo. Sus personajes son directores de cine, guionistas, artistas, y algunos cercanos hasta le critican que las cosas que dicen o hacen en sus vidas reales pueden aparecer en las películas. En esas charlas, en esas escenas de catarsis tan comunes, lo que aparece es la fibra humana más íntima, casi como el microcosmos de persona. Hay una obsesión constante con la capacidad de conectarse de la gente, algo que Soo entiende como el gran problema de este tiempo. Por otra parte, es casi inevitable que en algún momento de una película suya, el espectador se sienta incómodo, producto de alguna escena de gran llegada que lo referencie, como pueden ser borracheras descontroladas o escenas de sexo totalmente faltas de plasticidad y coreografía (una vez más, como las nuestras).
Recomendar a Soo no es fácil. De quien se dice nada menos que ser el nexo entre Antonioni y oriente, se puede comenzar con sus obras más antiguas, pero no se deben sacar conclusiones hasta haber visto una buena cantidad de ellas. Como una serie, que temporada a temporada nos va atrapando y llevando, pero que no busca un estallido final, sino hacernos comprender que lo importante se encuentra en cada mirada y en cada susurro.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1176096/
Hancimena: http://www.hancinema.net/korean_movie_Night_and_Day.php
lunes, 30 de agosto de 2010
El mar
El mar es otra película del director islandés Baltasar Kormákur, ya comentado anteriormente en otra entrada de este blog. (ver acá) Casualmente, no por ningún fetiche con el cine islandés, accedí a esta producción que es del año 2002 y que tuvo que cargar con el peso de haber sido la sucesora de la debutante 101 Reykjavík, que contó con la participación especial de la española Victoria Abril.
Thordur, el viejo patriarca de la familia, es el dueño de la empresa de procesamiento de pescado que da trabajo a gran parte de los habitantes del pueblo. Su idea es reunir a sus tres hijos ya adultos para hacer algunos ajustes finales de cuentas, a la vez que a develar un par de secretos.
En la empresa trabaja el mayor de sus hijos, Haraldur, que intenta en vano convencer a su padre de aceptar el ofrecimiento de inversores para quedarse con la empresa. Está casado con la multicolor Aslaug, propietaria de una boutique, quien presiona por todos los medios a su marido para conseguir dinero. El hijo menor es Agust, vive en Paris con su novia francesa, y se ha gastado toda la plata que su padre le ha enviado, fingiendo ir a la escuela de negocios. La otra descendiente es Ragnheidur, frustrada aspirante a cineasta, que tras diez años en una escuela polaca, “sólo filmo anuncios de pañales”; casada con el poco habilidoso Morten, y madre de un hijo adolescente, poseedor de todos los estereotipos posibles que existen en su clase.
La acción transcurre en Neskaupstaður, un pueblo de pescadores, con 1500 habitantes situado al oeste de la isla. Hay algún efecto vinculado al “pequeño pueblo que carece de secretos”, que se visualiza en la imperiosa necesidad de algunos de los integrantes de escapar cuanto antes de allí. Como si toda esa inmensidad, ese paisaje majestuoso enmarcado en el mar y la montaña fuese una enorme cárcel que los sujeta. Se mencionan en los diálogos, como al pasar, las violaciones de jóvenes, casi como un hecho común, aceptado por parte de todos. La particular idiosincrasia de esa sociedad, sin embargo, invierte la carga del delito y lo hace caer sobre la mujer. En el guión, el reclamo es desde el padre hacia la hija que acaba de ser violada: “Las imbéciles son violadas por imbéciles".
También hay algo de comedia, y de juego con el entorno. Los ciervos son parte del paisaje, y en la primera, escena un carro de bomberos debe esperar a que se corran de la ruta para seguir su camino rumbo a un incendio. Todos en el pueblo se conocen: los policías, los dueños de los negocios, los niños con los ancianos. Hay una proximidad que de tan cercana a veces se torna ligeramente incestuosa, y justamente este tema sobrevuela el drama. Todos en al familia tienen algo bueno para ocultar, o al menos para no sentirse a gusto confesándolo: el padre ha enviudado, y en segundas nupcias se ha casado con la hermana de su ex mujer, su cuñada; uno de los hijos tiene una relación no resuelta con su hermanastra; los manoteos y abusos afloran rápidamente en cuanto comienza a circular el alcohol, y siguen las firmas. El personaje de color es la abuela Kata, malhablada mujer que gusta de tomar licor, fumar, y escuchar música a todo volumen en sus auriculares.
Islandia tiene el tercer ingreso per cápita más alto del mundo y está entre las diez economías más igualitarias. Algo de toda esta situación se puede percibir en el film: el escenario es el de un mundo perdido en medio del mar y la montaña, apenas interrumpido por el sonido de las aves y un viento constante. Sin embargo, la relación del hombre con todo ese entorno agreste es mediante una modernísima tecnología, aunque sin descuidar ni agredir este el ambiente natural.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt0332381
viernes, 13 de agosto de 2010
Home
Home marca el debut cinematográfico de Ursula Meier, una directora franco-suiza nacida en 1971 que transitó sus primeros pasos en el cine documental.
Se trata de una ficción extrema, casi surrealista, de una familia compuesta por un matrimonio y sus tres hijos que viven a la vera de una autopista inconclusa y por lo tanto, no utilizada por los automovilistas. Su casa es bonita y confortable, y está construida a pocos metros del pavimento, lejos de centros urbanos visibles.
La convivencia en el núcleo familiar se ve sumamente alegre, distendida, en algún punto algo hippie, con el asfalto gris interrumpiendo un paisaje verde y natural, y a la vez sirviendo como patio de juegos y extensión habitacional de la familia: se distinguen en medio de la ruta los juguetes del niño, un sillón que el padre utiliza para fumar en las noches bajo el cielo estrellado, una pileta inflable dónde refrescarse en el verano y trastos varios.
La madre (Isabelle Huppert) está dedicada a las tareas de la casa, y el padre (Olivier Gourmet), sale a la mañana a trabajar en su auto modelo rural, mientras sus dos hijos pequeños van a la escuela y su hija mayor pasa gran parte del tiempo en una reposera tomando baños de sol con su diminuto bikini mientras escucha música de metal: una manera de disfrute que solo es posible con el marco de impunidad que puede dar semejante aislamiento. Todo allí se hace a campo traviesa: se ven los senderos marcados en los pastizales por donde el auto y los niños van y vienen a diario, y apenas se divisa alguna otra construcción a la distancia. El pequeño usa la autopista para ir a toda velocidad con su bicicleta, y tras algunos minutos de carrera alcanza las casas de sus amigos con quien comparte ratos de juego.
La familia pasa mucho del tiempo compartiendo momentos. Se bañan todos juntos, divirtiéndose y chapoteando en el agua, consumen las noches sentados en un sofá por las noches, y los primeros instantes de la película muestran un derroche de diversión y jolgorio.
Un día el escenario se ve invadido por hombres y máquinas de vialidad, que vienen a unir el tramo pendiente de la autovía, y a partir de allí la vida de la familia cambiará para siempre.
Isabelle Huppert (se sabe) tiene experiencia de sobra para manejar papeles difíciles a la vez que se mueve fácil por la pantalla, y debe ser allí donde debe buscarse el porqué de su éxito en las empresas que encara: aún en películas que no han alcanzado la redondez necesaria, su presencia siempre es destacable y engalana cualquier obra. Con Olivier Gourmet pasa algo parecido. El belga trabajó en innumerables películas, entre ellas en gran parte de las producciones de los hermanos Dardenne, y tiene una plasticidad a prueba de balas para expresar lo que le caiga en el guión. Los jóvenes que protagonizan a los hijos de la familia tienen cada uno una personalidad muy definida y están llevados a cabo de manera sobria y definida.
Cuenta la directora en un reportaje que un día mientras manejaba por la carretera se detuvo a ver lo que había a los costados, y allí a pocos metros observó casas y pudo ver a la gente en sus jardines y a través de las ventanas. Eran como historias que sucedían a su lado a medida que avanzaba por la ruta, comenta, y puso el punto de vista en imaginar lo que verían esas personas de noche y de día desde sus hogares. A partir de allí, pergeño esta interesante e inquietante historia que transita momentos sumamente dramáticos y asfixiantes.
El cine francés en su variante metafísica es capaz de llevar a la pantalla historias en donde el protagonista experimenta cuadros de depresión porque se quedó sin aceite de cocina. No es este el caso de Home. Aquí se hace presente la angustiante sensación de encierro en medio de la nada, y se pagan las consecuencias de mantener hasta el extremo una experiencia casi irreal, o como poco, muy difícil de sostener. Quizás quien está más desacoplada del funcionamiento general de la familia, la única que cuestiona de alguna forma el estatus-quo imperante, es quien goce de un resto final como para salvar lo poco que le queda ropa que le queda en esta historia.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1319569
sábado, 24 de julio de 2010
La ciudad de los frascos
Es La ciudad de los frascos es la tercera película islandesa que disfruto. Las otras dos fueron 101 Reykjavík y La boda de la noche blanca. La ciudad de los frascos, por otra parte, es también una película del mismo director de 101 Reykjavík, Baltasar Kormákur. Todas ellas son muy recomendables, más allá de la curiosidad que puede significar una producción proveniente de un país del que, por estas latitudes, apenas sabemos algo más allá de ser la tierra de la exótica cantante Björk.
El rasgo en común en todas ellas, podría decir, es la inevitable interacción con el medio natural que suscita la historia. La ciudad capital Reykjavík contiene a 120 mil de los 330 mil habitantes de la isla, y como tal, a gran parte de las historias que el cine islandés ha llevado adelante. En todo momento se ve el predominante terreno volcánico, bastante viento y un invierno bien duro. Enmarcada dentro de la Escandinavia, posee una riquísimo caudal histórico que incluye vikingos, celtas, erupciones volcánicas que devastaron el país, dominaciones de uno y otro pirata nórdico que merodeaba la zona y demás. Recién a partir de la segunda guerra mundial, en 1944, Islandia se proclamó como república.
El film es un policial, bien al estilo nórdico, con mucha intriga y bastante empeño en complicarle la vida al espectador sagaz que juega a descubrir al asesino antes de tiempo. Poca música, muchas escenas al (fresco) aire libre, y un ritmo que se logra sostener en la hora y media de duración. El nombre de la película hace referencia a una empresa local dedicada a la investigación del genoma humano, en la cual existe un área en la que pueden verse almacenados en frascos de formol restos humanos y rarezas naturales varias. Este sitio tendrá un papel importante en la resolución de la historia.
Si nunca han tenido oportunidad de ver cine de Islandia, es un buen momento para degustar lo novedoso. Este filme en particular, no se esmera en mostrar protagonistas esbeltos y rubios de ojos claros, sino personas más cercanas a lo que parece ser la media local, y eso ya es al menos un rasgo de honestidad que merece valorarse. De las mencionadas al principio, la que más me ha gustado es La boda de la noche blanca, que cuenta la historia de un profesor universitario que se casa en segundas nupcias con una ex alumna, y en la noche previa a la ceremonia, debe lidiar con los descarnados recuerdos de su ex esposa y manejar sus descontrolados amigos que vinieron para asistir a la boda.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt0805576
viernes, 16 de julio de 2010
La pecera
A Mia le gusta bailar rap. Se escapa de su casa, se mete de clandestina en un departamento vacío de su barrio de monoblocks, conecta los pequeños parlantes a su reproductor y se pone a ensayar. A ella le gustaría poder bailar como lo hacen los chicos estadounidenses que ella ve en los vídeos por internet. Allí en este sitio de la Inglaterra donde ella vive, si bien los pobres no son tan diferentes como los que aparecen en algunos de esos vídeos, ninguna realidad se parece a la de Ella.
Mia tiene 15 años, vive con su madre y su pequeña hermana. No aparece en la historia siquiera mencionado el padre de las criaturas. Vive con lo que tiene, roba lo que puede de su casa para cambiarlo por alguna botella de gaseosa que la refrescará mientras practica sus pasos de rap. Se la ve sufrir cuando ve que algún animal sufre, se pelea con una barra de chicas que bailan en la plaza, pero no el rap contestatario que ella milita, sino la danza sincronizada propia de los grupos de bellas que aparecen en MTV. Sonríe poco, y además de estar en una edad donde en general se la pasa mal, a ella le va mal de veras. Su madre no le transmite un buen ejemplo, está gran parte del tiempo bebiendo y organizando fiestas de tono subido en la casa. Allí aparece Connor, un novio de su madre que rápidamente se instala a convivir con las mujeres. Mia tendrá una relación particular con él, y se le abrirá una ventana que le mostrará un escenario que ella sabe que existe en el exterior, pero al que nunca tuvo acceso en carne propia.
La pecera es una película clásica de cine contemporáneo. Si existiera un manual de cómo hacer este cine, se diría que la directora inglesa Andrea Arnold lo siguió al pie de la letra. En este sentido, para quienes ya han transitado como espectadores los caminos de este género, sucede algo así como una especie de renovada sorpresa que uno reconoce como una sensación adquirida hace relativamente poco, y que no tiene nada de heredada de la cultura dominante. Un efecto de frescura que se disfruta como si verdaderamente fuera estrenado en uno, que no pasó previamente por el tamiz de los medios críticos; allí se significa el concepto frescura: quien la experimenta sin estar advertido por cualquier preconcepto, siente algo así como que la obra fue hecha exclusivamente para él, independientemente de que guste o no. En el caso de este trabajo, algunos senderos se aproximan demasiado al buen manual del cine contemporáneo. Y ahí puede haber un problema, porque si en verdad existiera ese manual, podría poner en peligro la perdurabilidad misma de esta forma de hacer cine.
Cuando terminé de ver La pecera (o antes), me resultó inevitable la referencia a Rosetta, de los hermanos Dardenne. Allí en los finales del siglo, cuando se realizó el excelente film de los belgas, había un pasado poco revisitado del cine contemporáneo; si para La pecera del 2009 mencioné la palabra frescura, para aquel de hace 10 años se debería pensar en fruta recién arrancada del árbol, quizás. Nos habían dado nuevos ojos, y los estábamos usando por primera vez, descubriendo formas, colores y siluetas que reconocíamos solamente por el derredor, porque su fisonomía y plástica eran completamente distintas a las conocidas. Uno estaría tentado a decir que de repetirse los modos de realización como los utilizados en La pecera, nos pasaría algo parecido a lo que sucede con la fruta que se consigue hoy en día en los supermercados: manipulada genéticamente, cosechada casi a punto y madurada en el camión mientras llega al expendio, la obtenemos llena de color y jugos, y con forma delineada y brillante, aunque algo insípida y desabrida. Aún así, hay elementos para saborear y disfrutar, como la actuación de la debutante Katie Jarvis, que se encarna en el cuerpo de esta complejísima Mia.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1232776
domingo, 4 de julio de 2010
Departures (El que envía)
No me gusta abusar de los paréntesis, dificultan la lectura y se los utiliza con cierto tono sobre-explicativo, a veces soslayadamente pretencioso. Pero el título de esta película japonesa que ha sido traducido de las más variadas formas en función de hacer la distribución más eficiente, en verdad requiere cierta aclaración. Un poco de idioma japonés, a ver.
El título original en japonés es Okuribito. Okuru significa enviar, Hito es persona, gente. En la lengua nipona, la conjunción de estas dos palabras describe a la persona que envía, o bien despide.
Se cuenta la historia de Daigo (Masahiro Motoki), un joven chelista que tras algún esfuerzo puede comprarse un instrumento acorde como para ingresar a una orquesta y por fin hacer realidad su sueño de trabajar de músico. El sueño dura poco, ya que la orquesta se deshace al poco tiempo, y no sólo queda sin trabajo, sino también con la deuda pendiente del caro instrumento. Junto con su mujer Mika (la bella Ryoko Hirosue), intentan rehacer su vida yéndose de Tokio a Yamagata, su pequeña ciudad natal en el norte de Japón, dónde Daigo cuenta con la casa que heredó de su madre.
En Yamagata, Daigo encuentra trabajo en una empresa funeraria que practica el nôkan, una ceremonia que consiste en preparar el cuerpo del difunto para emprender su último viaje. Sin haber tenido jamás el más mínimo trato con cadáveres, Daigo aprenderá a acicalar fallecidos detallada y ciudadosamente: limpiará el cuerpo, afeitará a los hombres y maquillará a las mujeres, peinará sus cabellos, les pondrá la mejor ropa y decorará el cuerpo dentro del féretro con flores o recuerdos de su vida material, todo esto delante de los deudos, que observan compungidos un ritual que exige el mayor de los respetos y el más compenetrado de los pudores.
Tal vez lo más cuidado del film sean las relaciones que se establecen entre los protagonistas, compuestos por la pareja antes mencionada, el dueño de la empresa funeraria y la secretaria. Hay una mesurada dosis de humor, ineludiblemente de color negro, que ayuda a sobrellevar algunos párrafos del film, que si bien cae en identificables golpes de efecto, jamás pierde la compostura ni el aspecto artístico. La fotografía y la música son partenaires de lujo en un relato que contiene numerosas escenas en las que interviene Daigo embelleciendo personas fallecidas.
Esta película también puede servir de muestra para quienes sientan una marcada curiosidad por la sociedad japonesa, ya que enseña en un mismo relato un aspecto muy difundido del arquetipo japonés, el ceremonioso, circunspecto, respetuoso de sus mayores y sus ritos, como así también las realidades afectivas más comunes que pueden encontrarse en las sociedades actuales: personas solas, maridos que dejan a sus esposas, madres que abandonan a sus hijos, etcétera. De algo de eso también se habla acá
Alguno estará tentado de comparar esta película con After Life, el trabajo de Hirokazu Koreeda de 1998. Quizás no sea justo: el film de Koreeda es una completa metáfora acerca del intersticio entre la vida y la muerte, y quienes lo administran; en Okuribito hay poco de eso, es una película más terrenal, sucede en ciudades y muestra las vidas circundantes. El contenido artístico y poético de After Life es tal vez inigualable en ese sentido, pero para hablar de Koreeda mejor pensar en un tópico dedicado.
No se ponga mal si se emociona con esta película; por otra parte, no está hecha sólamente que para eso. Tiene muchos otros elementos que quizás le den una mano como para sobrellevar algún que otro momento inevitable del futuro.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt1069238/
La mano de Dios
Eric Clapton hacía de las suyas en el parlante de la radio. Anibal terminaba de arreglar el enchufe del velador de la pieza. Nunca tuvo demasiada devoción por la música. Conocía hasta ahí: tenía algunos discos, identificaba algunos grupos, pero en realidad la música para él era algo que disfrutaba sin intelictualizarlo demasiado. Sin embargo, no pudo evitar la frase: "¡Lo que sería poder tocar la viola como ese tipo...!"
Fué un destello. Una extraña luz que iluminó todo por un instante inexistente. Un cosquilleo atravesó su cuerpo de punta a punta, instalándose en sus manos sensación muy difícil de explicar. Sus ojos en blanco, la mirada perdida en el infinito, una quieta ansiedad, y una voz que jamás pudo saber de donde vino, pero que estaba dirigida exacta y exlusivamente a él: "Que así sea"
Dejó caer el destornillador. Se miró las manos. Sentía algo distino en ellas, eran como si nunca antes las hubiera tenido, como si fueran una parte nueva de su cuerpo que le acababan de crecer mágicamente. Fué al baño y se miró en el espejo. Estaba pálido. ¿Qué me pasa en las manos?
Una vez que comprendió lo que le había sucedido, se dirigió impaciente al placard. Revolvió desprolijamente hasta llegar a esa guitarra que guardaba desde adolescente.
Por suerte se acordó como se afinaba. ¿Cuánto hacía que no tocaba? Perdió la cuenta: más de diez años, seguro. Sin embargo, lo que sospechaba sucedió. Tímidamente colocó los dedos allí donde vaya a saber quíén le dijo que se ponían. Su mano derecha atacó cada cuerda con presición. La izquierda, viajaba incontrolable por el diapasón, con una precisión de relojería. Las pausas, los ataques, los silencios, las estiradas hasta el infinito, todo era perfecto. Primero Layla. Después, Bad Love. ¡Un blues, eso, un blues! "Ya se, el de la bahía de San Francisco" No habia dudas. sus manos, su cerebro, él, ¡qué diablos!, era Clapton.
Pasaron varios días, y no se animó a contarselo a nadie. Se compró todos los discos que pudo de Eric Clapton (o de él, ya no sabía) y se encerraba a tocar. Había infinidad de temas que no conocía. Sin embargo, en cuanto empezaban a sonar las primeras notas, él ya lo conocía, ya sabía como seguía, los solos, el final, todo. Incluso los discos en vivo, con versiones modificadas, todo, estaba registrado.
Algo había que hacer con eso. No podía ser Clapton, y seguir viviendo en Villa Crespo, trabajar en Liniers y ganar 600 pesos por mes. Se compró una revista de rock para jóvenes. Buscó en los clasificados. Había uno que lo hizo sonreir: "Busco guitarrista onda Clapton". Llamó por teléfono y concretó una cita.
Era la casa de uno de los chicos del grupo. Estaban todos, y el más grande tenía como mucho 19 años. Por eso comprendió la cara que pusieron cuando lo vieron entrar: era un anciano. Y menos mal que no trajo su guitarra: hubiera provocado una epidemia de risa incontrolable. Cuando se dispusieron a escuchar, todos contaban con alguna sonrisa en los labios.
El sonido de la guitarra rajó el silencio como preciso bisturí. La tensión y la ansiedad se trocaron en un bálsamo gracias a aquellas notas. Como Clapton, claro. Igualito a Clapton. Los pibes no podían pedir nada más.
Al cabo de dos meses ya tocaba todos los fines de semana en bares y clubes, arrancando aplausos y gritos incontenibles del público. Hasta que apareció un tipo que le dió una tarjeta y le pidió que lo llame. El resto fué solo rutina. Grabó un compac solista (le costó despedirse de los chicos), llenó 3 Obras, apareció en revistas, programas de música, y hasta escucho un comentario que hizo de él un conductor de la MTV.
Cada tanto se acordaba de aquel día que estaba arreglando el velador de su vieja casa y pasó aquello que hizo de él este híbrido de hoy en día. Sintió que tenía una deuda con alguien, y decidió ir a saldarla.
Aprovechó que faltaba una semana para la próxima gira por Latinoamérica y organizó todo lo necesario como para realizar un viaje a Londres. No fué fácil acceder a él. Su meteórica trayectoria lo ayudó un poco, pero si sos un sudaca, es muy difícil que te den bola en ese circuito. Fué a un recital que daba en Manchester ; contaba con la promesa de uno de sus representantes de tener una entrevista al final del concierto. Durante el recital permaneció perplejo ante la presencia de ese tipo que ahora era él, o al revés, por lo menos sus manos lo eran, y no podía imaginar como sería el encuentro. ¿Qué se imagina este cristo que yo puedo hacer lo mismo que él en el escenario, pero que sigo siendo Anibal Lombardo, de Villa Crespo? ¿Cómo le explico que yo sólo tiré una frase al aire, sin ninguna intención, y a partir de ahí me convertí en esto que soy ahora? (¿Ya no soy el mismo?)
Cuando al fin se encontraron Clapton lo miró en silencio, le tendío la mano, lo saludó en español y lo invitó a sentarse. Trató de explicarle lo más racionalmente lo que le había sucedido, temiendo ser tomado por loco. Ahí descubrió también que hablaba inglés. Clapton lo miraba, lo escuchaba atentamente y no parecía asombrado.
Al final de la charla, Anibal ya habia perdido su calma inicial; en realidad estaba bastante desencajado. Se tomaba la frente, le tem-blaba la voz, sudaba... Toda la angustia parecía estar puesta en ese último momento, en esas últimas palabras que estaba dirigiendo a Clapton: "¿Te dás cuenta que ya no soy más yo? ¡Todo el mundo me pide temas tuyos, me identifican con vos, pero yo no soy nadie, dependo de tu historia, de tus discos, de tu creación! ¡Cómo hago para mirarme al futuro y decirle a la gente: 'Yo no soy Clapton, soy Lombardo. Lo que pasa que me tocó la varita mágica y ahora toco como él'! ¿Te imáginas cómo me siento yo ahora?"
Eric Clapton prendío un cigarrillo, tiró el humo al cielo, se acercó y le respondió en voz muy baja: "¿Y cómo te crees que me siento yo desde que me llaman Dios?"
Fué un destello. Una extraña luz que iluminó todo por un instante inexistente. Un cosquilleo atravesó su cuerpo de punta a punta, instalándose en sus manos sensación muy difícil de explicar. Sus ojos en blanco, la mirada perdida en el infinito, una quieta ansiedad, y una voz que jamás pudo saber de donde vino, pero que estaba dirigida exacta y exlusivamente a él: "Que así sea"
Dejó caer el destornillador. Se miró las manos. Sentía algo distino en ellas, eran como si nunca antes las hubiera tenido, como si fueran una parte nueva de su cuerpo que le acababan de crecer mágicamente. Fué al baño y se miró en el espejo. Estaba pálido. ¿Qué me pasa en las manos?
Una vez que comprendió lo que le había sucedido, se dirigió impaciente al placard. Revolvió desprolijamente hasta llegar a esa guitarra que guardaba desde adolescente.
Por suerte se acordó como se afinaba. ¿Cuánto hacía que no tocaba? Perdió la cuenta: más de diez años, seguro. Sin embargo, lo que sospechaba sucedió. Tímidamente colocó los dedos allí donde vaya a saber quíén le dijo que se ponían. Su mano derecha atacó cada cuerda con presición. La izquierda, viajaba incontrolable por el diapasón, con una precisión de relojería. Las pausas, los ataques, los silencios, las estiradas hasta el infinito, todo era perfecto. Primero Layla. Después, Bad Love. ¡Un blues, eso, un blues! "Ya se, el de la bahía de San Francisco" No habia dudas. sus manos, su cerebro, él, ¡qué diablos!, era Clapton.
Pasaron varios días, y no se animó a contarselo a nadie. Se compró todos los discos que pudo de Eric Clapton (o de él, ya no sabía) y se encerraba a tocar. Había infinidad de temas que no conocía. Sin embargo, en cuanto empezaban a sonar las primeras notas, él ya lo conocía, ya sabía como seguía, los solos, el final, todo. Incluso los discos en vivo, con versiones modificadas, todo, estaba registrado.
Algo había que hacer con eso. No podía ser Clapton, y seguir viviendo en Villa Crespo, trabajar en Liniers y ganar 600 pesos por mes. Se compró una revista de rock para jóvenes. Buscó en los clasificados. Había uno que lo hizo sonreir: "Busco guitarrista onda Clapton". Llamó por teléfono y concretó una cita.
Era la casa de uno de los chicos del grupo. Estaban todos, y el más grande tenía como mucho 19 años. Por eso comprendió la cara que pusieron cuando lo vieron entrar: era un anciano. Y menos mal que no trajo su guitarra: hubiera provocado una epidemia de risa incontrolable. Cuando se dispusieron a escuchar, todos contaban con alguna sonrisa en los labios.
El sonido de la guitarra rajó el silencio como preciso bisturí. La tensión y la ansiedad se trocaron en un bálsamo gracias a aquellas notas. Como Clapton, claro. Igualito a Clapton. Los pibes no podían pedir nada más.
Al cabo de dos meses ya tocaba todos los fines de semana en bares y clubes, arrancando aplausos y gritos incontenibles del público. Hasta que apareció un tipo que le dió una tarjeta y le pidió que lo llame. El resto fué solo rutina. Grabó un compac solista (le costó despedirse de los chicos), llenó 3 Obras, apareció en revistas, programas de música, y hasta escucho un comentario que hizo de él un conductor de la MTV.
Cada tanto se acordaba de aquel día que estaba arreglando el velador de su vieja casa y pasó aquello que hizo de él este híbrido de hoy en día. Sintió que tenía una deuda con alguien, y decidió ir a saldarla.
Aprovechó que faltaba una semana para la próxima gira por Latinoamérica y organizó todo lo necesario como para realizar un viaje a Londres. No fué fácil acceder a él. Su meteórica trayectoria lo ayudó un poco, pero si sos un sudaca, es muy difícil que te den bola en ese circuito. Fué a un recital que daba en Manchester ; contaba con la promesa de uno de sus representantes de tener una entrevista al final del concierto. Durante el recital permaneció perplejo ante la presencia de ese tipo que ahora era él, o al revés, por lo menos sus manos lo eran, y no podía imaginar como sería el encuentro. ¿Qué se imagina este cristo que yo puedo hacer lo mismo que él en el escenario, pero que sigo siendo Anibal Lombardo, de Villa Crespo? ¿Cómo le explico que yo sólo tiré una frase al aire, sin ninguna intención, y a partir de ahí me convertí en esto que soy ahora? (¿Ya no soy el mismo?)
Cuando al fin se encontraron Clapton lo miró en silencio, le tendío la mano, lo saludó en español y lo invitó a sentarse. Trató de explicarle lo más racionalmente lo que le había sucedido, temiendo ser tomado por loco. Ahí descubrió también que hablaba inglés. Clapton lo miraba, lo escuchaba atentamente y no parecía asombrado.
Al final de la charla, Anibal ya habia perdido su calma inicial; en realidad estaba bastante desencajado. Se tomaba la frente, le tem-blaba la voz, sudaba... Toda la angustia parecía estar puesta en ese último momento, en esas últimas palabras que estaba dirigiendo a Clapton: "¿Te dás cuenta que ya no soy más yo? ¡Todo el mundo me pide temas tuyos, me identifican con vos, pero yo no soy nadie, dependo de tu historia, de tus discos, de tu creación! ¡Cómo hago para mirarme al futuro y decirle a la gente: 'Yo no soy Clapton, soy Lombardo. Lo que pasa que me tocó la varita mágica y ahora toco como él'! ¿Te imáginas cómo me siento yo ahora?"
Eric Clapton prendío un cigarrillo, tiró el humo al cielo, se acercó y le respondió en voz muy baja: "¿Y cómo te crees que me siento yo desde que me llaman Dios?"
jueves, 1 de julio de 2010
Undo
Undo es el título original de esta película de apenas 47 minutos, dirigida y escrita por Shunji Iwai en 1994. Trata sobre una joven pareja japonesa, Yukio (él) y Moemi (ella), que viven en un pequeño apartamento, en el cual no están permitidas las mascotas. Moemi ama los perros, y Yukio intenta mitigar la angustia de su pareja regalándole un par de tortugas.
Moemi es una cándida jovencita, algo aniñada, que (obviamente) no parece sentirse demasiado complacida con los reptiles. Yukio le pone todo el empeño a la situación, le muestra como pueden sacar a pasear a los animalitos por la calle, y trata de despertar algún entusiasmo en su pareja. Moemi empieza a juguetear con las tortugas, haciéndolas nadar en el lavatorio del baño mientras se cepilla ciudadosamente los dientes, y poniendo mucho esmero en la limpieza de los aparatos de ortodoncia que porta. Sin demasiados sobresaltos, la vida para ellos continúa.
La siguiente escena muestra a la pareja besándose con detenimiento, experimentando la sensación nueva tras haber sidos removidos por fin los aparatos de la boca de Moemi. Es Yukio quien ahora demuestra cierta desazón: extraña el sabor metálico que antes acompañaba cada beso, y las consecuencias de la experiencia resultan devastadoras para Moemi.
A partir de ese momento, se produce un quiebre en la aparente normalidad de la pareja: Moemi comienza a juguetear con hilos y cuerdas, primero de su tejido, luego de su hilo dental, y finalmente completa su obra dándoles varias vueltas de soga a cada una de las tortugas, que se deslizan confundidas e impotentes por el piso. Cuando Yukio descubre extrañado a los animales en ese estado, comienza a observar en su pareja un brusco cambio de comportamiento, disparado repentinamente a una compulsiva manía de atar todo: las manzanas, los libros, y hasta sus propias manos mientras teje. Tras varios intentos de reflexionar con ella al respecto, deciden consulta a un psiquiatra que le diagnostica "síndrome obsesivo anudador", una puntual manifestación del "mal de amor".
Shunji Iwai es un experto en fotografiar pequeños detalles y construir con ellos un relato robusto, como así también un relator de culto de los pesares de la adolescencia de su país. Su intensa filmografía a pesar de su juventud, muestran elevadas piezas de colección que no deben ser pasadas por alto: Hana y Alice (2004) , bellísima pintura de dos jovencitas enamoradas del mismo muchacho; el tierno relato romántico Historia de abril (1998) ; la excelente Mariposa swalontail (1996) , una impactante historia que incluye un barrio de trabajadores, un grupo de músicos jóvenes que intenta abrirse paso, yakuzas, prostitutas y mucho más; Picnic (1996) , la historia de un par de enfermos mentales que escapan de la institución en la que están internados y deciden hacer su día de campo. Sin duda, la que más éxitos le acarreó fue All About Lily Chou-Chou (2001) , una historia sobre una adolescente introvertida que es adoradora de una cantante pop llamada Lily Chou-Chou, para la cual abre un sitio de fans en internet y manifiesta a traves de la red las emociones que no puede exhalar en directo. Tan exitosa la película como la banda sonora.
Undo no es, tal vez, lo más logrado de Iwai. Lo más destacable quizás sea el conflicto que se plantea en una pareja cuando uno de los integrantes detecta que el otro empieza a estar fuera de sus cabales; la negación primaria, la dificultad para abordar el problema en dúo, y la decisión final de cómo resolverlo. Como en casi todos sus trabajos, el realizador japonés no desvanece los finales; por el contrario, gusta completarlos con un certero golpe de platillo.
Imdb: http://www.imdb.com/title/tt0111555/
domingo, 20 de junio de 2010
Nórdicos
Conclusión
Catedral de Helsinki, Finlandia.
A la vuelta de mi primer viaje a Europa recuerdo haber hablado con un amigo que por cuestiones de trabajo viajaba mucho, y conocía casi todo el viejo contienente. Le expresé en aquel momento mi primera impresión de maravilla tras haber estado unas semanas en Berlin y Colonia, Alemania. “Y si, viven mejor”, fue su respuesta; justa, sin sorna ni melancolía, y hoy tras un par de viajes, yo puedo confirmar esto que no es ninguna novedad: en Europa se vive mejor. La pregunta es a costa de que o quien.
Nunca se trató aquí de comparar un país con otro: los estándares y niveles de vida son fácilmente contrastables con indicadores que estan al alcance de cualquiera; si, por caso, cotejar la idea que gran parte de los que viven entre nosotros tienen de estos lugares.
Quienes se empeñan en sostener que es la mediocridad la culpable de todos nuestros males, la pobre capacidad que tenemos como sociedad para la realización conjunta, o la falta de solidaridad para con el prójimo, un logro pendiente, encontrarían interesantes respuestas ahí cerca del cieloraso del planeta.
Como que las grandes limitaciones están impuestas más por arriba que por debajo de la escala social. Que los niveles de corrupción y delito están en una proporción no llamativa a la densidad de población de nuestras grandes ciudades. Que el alto nivel de civilidad de estos lugares ha relegado a segundo plano logros que en nuestro hemisferio serían atribuibles más a un superador esfuerzo colectivo. Que los derechos y atribuciones no vienen dadas por el solo hecho de cumplir con las obligaciones ciudadanas, sino por una profunda definición que hace foco en el ser humano como elemento fundamental e indispensable de la sociedad.
Quienes sostienen que en nuestros paises hay estándares que son imposibles de materializar por una cuestión genética o “de educación”, descubrirán, por la misma lógica de pensamiento que los hizo arribar a esa conclusión, que su vida cotidiana encontraría fuertes limitaciones en aquellas sociedades. Allí donde se marca la queja constante y la presunción de que todo marcha en sentido contrario, se esconde muchas veces el pretexto de buscar el arreglo fácil o la salida ventajosa como única forma de seguir adelante. Algo que entre los nórdicos, está muy mal visto.
Presentación
Parte 1: Espacio público
Parte 2: Horarios
Parte 3: Bicicletas
Parte 4: Pueblos originarios
Parte 5: Salud y educación
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